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Los surcos del DJ Errante | Entrevista a Gary Domínguez

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Andar los caminos de la música afroantillana es la consigna de Gary Domínguez, la cabeza detrás del Encuentro de Melómanos y Coleccionistas de la Feria de Cali durante los últimos ocho años. En esta entrevista el DJ Errante nos cuenta sobre viajes, amistades, proyectos y una pasión musical que crece en cada elepé que desempolva.

¿Cómo se dio tu llegada a la salsa?

Tuve la fortuna de nacer en una casa donde se escuchaba música antillana, sobre todo la Sonora Matancera, el Conjunto Casino y Daniel Santos pero también a Gardel y la música argentina. También un poco de Brasil, bossanova que llegaba del Sambódromo y demás. Entre el 58 y el 68 escuchaba música en la casa mientras me acercaba a la biblioteca gigante de discos y al tornamesa. Así empezó mi historia, como la de muchos muchachos de barrio que se acercan a las discotecas de sus tíos, de sus abuelos o de sus padres.

¿En qué momento empezaste a coleccionar y qué tipo de obras prefieres atesorar?

La cultura del coleccionismo arranca sin darnos cuenta. Yo empecé como discómano en los bailes familiares, después en minitecas y luego incursioné en las salsotecas. Buscaba los discos para animar los bailes, no para coleccionarlos. En mi generación comprábamos los éxitos del momento en discos de 45 RPM por costos, y ya cuando había plata comprábamos el longplay.

En el año 1971 durante los Juegos Panamericanos, el jugador de waterpolo Beto Borja me regaló un disco que traía la delegación cubana. Era el primero de Los Van Van. Me llamó la atención y empecé a escuchar ese sonido curioso que era una fusión entre songo, son cubano y charanga con voces de Beatles con guitarra eléctrica.

Mi colección es bien variada. Cuando empecé con la Taberna Latina en 1981 le di prelación a los actores de la salsa clásica. Intenté coleccionar la música antillana con mucha dificultad porque la música de los cuarenta y cincuenta es muy costosa y difícil de conseguir. Traté de tener la colección del Trío Matamoros, la Sonora Matancera y Arsenio Rodríguez. Después empecé a coleccionar las bandas que ahora son los pilares fundamentales: con Cortijo e Ismael Rivera, de ahí pasé a la generación de Maelo con Los Cachimbos. Hice una gran audición del Gran Combo y la Sonora Ponceña —que empezaron en el mismo año—, de Willie Rosario y Bobby Valentín.

También le apunte a la colección de pastas underground de Nueva York, esa onda del bugalú del sello Cotique y el sello Mardi-Gras. Perseguí esa fusión de guajira con soul, rythm and blues y onda negra neoyorquina que tenía un tumbao; especialmente el bugalú lento que desafortunadamente en Cali fue acelerado. El buen melómano tiene su colección de bugalú.

¿A qué se debe el remoquete de DJ Errante?

El remoquete del DJ Errante surge por una canción que Luis Perico Ortiz hizo para la Dimensión Latina y que la canta Andy Montañez: «Yo soy el alma del cantante errante» y por ahí se me pegó. Además empecé a viajar. No tengo claro si fue Henry Zuluaga quien me dijo «ve, vos parecés un DJ Errante; te vas un año del sitio, no sé cómo sobrevive». Sobrevivía gracias a muchas amistades que se quedaban allí cuidando la taberna y haciéndola sonar.

Me volví mucho más errante cuando decidí irme del país por casi diez años. Me fui a Nueva York y a Puerto Rico, y cuando regresé la ciudad había cambiado mucho. Pero me siento satisfecho y estoy de nuevo en Cali aportando todas las experiencias que aprendí como coleccionista y vendedor de discos. Eso que yo traje en mi corazón y en mis oídos es para compartirlo con esta maravillosa ciudad.

Gary Domínguez, el DJ Errante. Foto: Agúzate

¿Cuáles fueron esos lugares de rumba que conformaron tu trayectoria como selector musical?

Antes de tener la Casa Latina fui un poco bongosero y trabajé en minitecas y en discotecas. Son varios los sitios que me han marcado. Por ejemplo, cuando estudiaba en el Colegio Villegas había un profesor de apellido Naranjo que vivía en el barrio Aranjuez y tenía una miniteca. Él me dio la oportunidad de cargar unos bafles que parecían unos ataúdes llenos de discos y hacer los agüelulos de Tuercas y Tornillos.

Después tuve uno de mis grandes maestros, Lisímaco Paz, uno de los vendedores y coleccionistas más grandes de Cali. Me dio la oportunidad de trabajar en un sitio emblemático que se llamaba Midnight Sun, donde aprendí mucho de latin jazz. También estuve en El Panamericano; hice reemplazos en Bar La 15 donde tuve el reto de trabajar con dos grabadoras de carretes; y después hice minitecas ambulantes hasta que decidí crear la Taberna Latina.

Hablemos sobre La Casa Latina. ¿Cómo se fundó y cuál ha sido la apuesta?

En 1981 creé la Taberna Latina —ahora llamada Casa Latina— pensada como un pub americano, un sitio donde se escuchaba salsa y sólo se consumía cerveza por litros. Las primeras audiencias fueron universitarios de Univalle y la Santiago.

Hice muchas amistades académicas que empezaron a respaldarme, cineastas reconocidos a quienes apoyé con Rostros y Rastros, y sin darme cuenta terminé haciendo un taller audiovisual de comunicaciones cuando repartía esas hojas maltrechas con biografías mal redactadas para llevar a cabo las audiciones. Eran recopilaciones que yo mismo hacía de recortes de periódico. En esa época no había nada de internet, sólo me guiaba por la información que aparecía en los elepés.

El que me proveía de discos era Lisímaco. Como no tenía plata para comprar todos los discos, él me vendía una parte de la colección en LP y otra me la grababa en casetes para poder hacer más completa la audición. La realizaba con mucha dificultad pero con mucho cariño. Ahora pienso en el pasado y me doy cuenta del impacto que tuvo la Taberna Latina en esa generación de estudiantes.

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¿Cómo fueron los inicios de los encuentros de coleccionistas y melómanos en Cali y qué significó llevar ese espacio a otros países?

En la Taberna Latina se empezaron a gestar los encuentros de melómanos. En ese momento no se llamaban así; eran unas reuniones que hacíamos entre los discómanos y propietarios de salsotecas, alrededor de quince establecimientos con quienes recorríamos los barrios visitando sitios como Bembé, La Ponceña, Congo Bongo y Chaney, entre otras.

Ese circuito fue muy importante, fue el antecedente para salir al espacio público. Al contar con el apoyo de Corfecali en 1991, las salsotecas ya estábamos preparadas. Este apoyo se dio gracias a María Eugenia Montoya, la primera gerente que tuvo la entidad y a quien le gustaba el jazz. Ella propuso trasladar el espacio de las salsotecas al Parque Panamericano en el marco de la Feria de Cali de ese año. Empezamos con dos tornamesas, dieciséis salsotecas y tres asistentes. En esa ocasión contamos con la visita de Larry Harlow, quien estaba en la ciudad como jurado del Festival de Orquestas. Estuvo con nosotros en el parque participando de la audición hablando de su maestro Arsenio Rodríguez.

Después pasamos por el CAM y por el Parque de los Poetas hasta llegar al Parque de la Música mientras buscábamos por todos los barrios a los coleccionistas. Los mismos vendedores de música y dueños de salsotecas me daban los datos de su clientela. Hubo gente importante como Lisímaco Paz, Héctor Reina y los vendedores de la 15 que me apoyaron en esa búsqueda.

Con el tiempo, todos estos coleccionistas anónimos que hoy son claves se fueron acercando a este evento gratuito, de paz, de música e integración que parecía una especie de picnic musical que se daba los últimos sábados de cada mes. Recuerdo que las mujeres siempre estuvieron presentes: la matrona doña Olimpa Solano —madre de Pablo Emilio Solano—; María Claudia Giraldo, asesora y comunicadora; Adriana Orejuela, quien se volvió musicóloga en Cuba y Beatríz Valdés. Eran ellas quienes coordinaban esa tarima hasta 2001.

Así mismo se gestó Unimel (Unión Nacional de Melómanos) que empezaron a tener más de 40 asociaciones por todo el suroccidente colombiano. Aparecieron poco a poco los coleccionistas independientes: llegó gente de Barranquilla, Armenia, Bogotá, Medellín y de esta forma se posesionó

el concepto de melomanía y audición sin orquesta. Hasta 2001 tuvimos en el Parque de la Música diez mil personas escuchando siete horas seguidas los discos en una tarima muy sencilla y una pantallita de proyector de video; todo un culto histórico alrededor de la música.

El impacto fue tal que empezó a llegar la gente de Puerto Rico, Nueva York y Cuba a ver ese concierto audiovisual. Apareció también nuestro gran gurú Humberto Corredor, nos dio la bendición y elogió el evento. Ese día se subió a la tarima con el famoso disco de Ray Barretto que se pone a rodar de atrás para adelante. Le tomó el pelo a nuestra DJ de entonces, Claudia Parra (Q.E.P.D.), que intentó ponerlo a sonar en el primer tema y la gente creyó que estaba dañado. Corredor explicó esa rareza que ya algunos coleccionistas tienen en su estantería y está costando alrededor de un millón de pesos.

En ese mismo 2001 me vi afectado por algunos dramas familiares y decidí cerrar un ciclo de mi vida: se acabó la Taberna Latina, se murió mi perra, me divorcié de mi compañera y falleció mi mamá. Viajé a New Jersey donde mi hermana y ahí me topé con la Nueva York salsera en decadencia donde sólo quedaban los nombres de los artistas en las avenidas. Sin embargo, la música siempre estuvo allí y descubrí la oportunidad de hacer el encuentro de coleccionistas que ya era un sello internacionalizado. Quien me dio la bendición fue Melody Capote y un colombiano que trabajaban en el Caribbean Cultural Center. Fui junto a Humberto Corredor y finalmente logramos recrear tres encuentros en el sótano de la iglesia Saint Paul Church, donde siempre cerrábamos con orquestas como el Conjunto Libre o la de José Mangual. Dispusimos las mismas mesas que en Cali, pero en vez de tener sólo los discos, teníamos a los artistas ahí sentados: Graciela, la Broadway, Joe Bataan, Henry Fiol. En ese momento empecé a soñar con traerlos a Cali y hacerles el homenaje en una tarima gigantesca como lo hacían en otros festivales de distintas músicas.

Después de haber trabajado tres años en el Caribbean Cultural Center de Nueva York, viajé a Puerto Rico y gracias a Rafael Viera —gran coleccionista y productor, líder de todos los coleccionistas en Puerto Rico— montamos algo parecido en un pueblo hermosísimo que se llama Loíza, donde iba Ismael Rivera a Colobó, su playa, a tocar bomba y plena. El Alcalde Moreno, coleccionista, nos dio la oportunidad de organizar este evento que duró dos años. Los que han visto el documental ¡Sonó, Sonó, Tite Curet! donde sale Calle 13, eso es Loíza.

Hicimos el evento con grupos en vivo, con la Ponceña y al tiempo con una exhibición de Viera con su hijo Richie. Recuerdo que me sorprendió cuando el Alcalde me entregó las llaves de la ciudad y en nombre de todos los caleños las recibí feliz. Las tengo en la Casa Latina disponibles al público, es uno de los grandes momentos de mi vida. Con todas esas emociones llegué a Cali a aportar mis ideas durante estos últimos ocho años que estuve al frente del encuentro en las Canchas Panamericanas.

¿Cómo se integró el Encuentro de Melómanos y Coleccionistas a la Feria de Cali?

Después de dejar Cali en 2001, el Encuentro de Melómanos vivió una etapa de cuatro años con Óscar Cardozo quien compró el evento y se arriesgó a tratar de incluir orquestas. Hubo controversias pero esa transición sirvió para entender que el encuentro no podía seguir siendo operado como empresa privada sino que debía vincularse con Corfecali para ponerlo al nivel en que está ahora. En 2007 lo tomó Corfecali y desde entonces no volvió a venderse.

Todos entran ahora como directores artísticos, productores y asesores. Ese ejercicio, mientras me encontraba lejos, fue un ejemplo para evidenciar el crecimiento del evento, con grupos en vivo sin que el disco perdiera su protagonismo. De esta manera hemos levantado ese templo para la memoria discográfica mundial.

En 2009 Bladimir Morales tuvo el reto de terminar la etapa del Parque de la Música con Palmieri para trasladarlo a la Industria de Licores del Valle, una gran propuesta que lastimosamente se convirtió en un elefante blanco. Llegué en 2010 queriendo aportar ideas pero me dio miedo retomar porque no encontré a mis amistades, así que decidí esperar hasta el momento ideal para poner mi granito de arena entre 2012 y 2019.

¿Cuáles creés que fueron los logros más destacados durante tus años de gestión en el Encuentro de Coleccionista y Melómanos de Cali?

En mi regreso de Puerto Rico encontré a dos productoras de Telepacífico que se convirtieron en gerentes de Corfecali y entendieron la magnitud de los que podíamos alcanzar con este evento. Las dos versiones del encuentro que se realizaron en las bodegas de la Industria de Licores del Valle marcaron a la ciudad porque llevaron las más grandes agrupaciones de salsa que se conocían a nivel internacional. Estuvieron Los Van Van, estuvo La Ponceña, la orquesta de Harlow y La Selecta, entre otras. Entonces nos dimos cuenta de que el evento podría tener grupos importantes de talla mundial pero al mismo tiempo combinados con los melómanos y coleccionistas. Desafortunadamente creo que no estábamos todavía preparados para este impacto y esta masividad. El espacio se desbordó y se desvirtuó un poco todo ese ritual.

Como dijimos, el centro de esa Capilla Sixtina que hemos montado con todos los asesores, con el comité cultural, con la gerencia, con los productores, con los diseñadores, ha sido un trabajo arduo que se va viendo a lo largo de cada año, en cada montaje en el que uno visibiliza un sueño a nivel de un equipo de sonido, de un modelo discográfico y se lleva a escala gigante y eso es sobre todo un homenaje a la música, no sólo el disco sino todo los formatos.

También se sumó un componente académico sencillo: el conversatorio. El conversatorio fue un aporte de una serie de amigos académicos que insistieron en que hubiera un conversatorio con los artistas y la temática del día. Hay que reconocer el trabajo de Alejandro Ulloa, Henry Manyoma, Roberto Carlos Luján y los grandes coleccionistas junto a nuevos literatos. Allí se lanzaron el libro de Bobby Capó, de Willie Rosario, de Ismael Rivera; los libros colombianos de salsa, de Barranquilla, de la gente caleña que hacía tesis en la universidad y también Salsa sin Miseria lanzando su Diccionario Salsero.

Al componente académico se le une el audiovisual. En ese sentido crecimos gracias a personajes como el profesor universitario Juan Manuel Fajardo y la gente de Croma Films. Con ellos hicimos un gran trabajo para mostrarle a la audiencia fichas técnicas en pantallas gigantes en led cuando el melómano se subía a programar.

Durante estos ocho años se hicieron más de ciento cincuenta videoclips, más de ciento cincuenta personajes de la ciudad grabados desde su casa, desde su almacén, desde la calle, contando su historia en tres minutos. Esos videocplis eran los opening para que los participantes se sintieran horandos al subir, especialmente las personas mayores porque al final eran quienes tenían las colecciones de discos más grandes en la ciudad.

El último logro fue integrar a los niños, que siempre estuvieron en el Parque de la Música donde no había logística y terminaban excluidos por el consumo de licor. Ahora vuelven los niños con su tarima especializada.

Así que creo que el balance ha sido positivo y como dije, más de ciento cincuenta coleccionistas por año durante ocho años, y la proyección internacional ya se estaba dando. Podemos decir «misión cumplida» y pensar en ese aniversario treinta del 2021 con todos integrados. Esta ciudad merece lo mejor y merece que ese evento siga creciendo y enriqueciéndose.

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