Lo que hay es linda melodía
Por Sanserení
Hace un par de semanas publiqué en este mismo espacio una columna sobre el Cano Estremera en la que explicaba la soltura e improvisación que necesita un cantante para entrar en la categoría de sonero. Independientemente del lugar donde se inspira un coro, es la gente quien lo hace suyo y lo replica aquí o allá. En ese mismo texto mencionaba la ironía de los sobrenombres Dueño del Soneo y Sonero Mayor, quienes ya se han ganado un lugar privilegiado en el selecto combo.
La foto que aparece arriba muestra al cantante boricua Marvin Santiago. El retrato lo presenta tal como lo recordamos: el clásico sombrero de ala corta, el bigote espeso y la barbilla a ras bajo el labio inferior, las cadenas relucientes —una de ellas con la palabra ‘salsa’ y la otra con la palabra ‘marvelous’, quizás— y la pose a punto de exclamar que esto es oficial y si se rompe es porque se compone. No cabe duda: es el Sonero del Pueblo que hace una finta, un gesto epiléptico mientras baila zizaguante y empinadito. En la foto se escucha el eco de su voz.
Precisamente el cambio constante de su voz es uno de los aspectos más particulares a lo largo de su trayectoria. Sabemos que se inicia en las calles cantando boleros y rancheras —de ahí el marcado dejo callejero— y que en 1967 debuta con la orquesta Los Trotamundos de Roberto Valdés. De esta etapa es poco lo que podemos encontrar, al menos en las plataformas digitales.
Uno de los primeros registros más sonados es sin duda el clásico guaguancó Vasos de colores, interpretado con la orquesta Rafael Cortijo y Su Bonche, cuando apenas tenía 21 años y fue recomendado por el mismísimo Tite Curet Alonso. En esta grabación se escucha algo fañoso y un carraspeo que pareciera provenir de una voz más madura. Pura guapería. Apenas comparable con las canciones que interpretó con la orquesta de Roberto de Angleró en el setenta. Abicú es quizás el batazo más fino de esta etapa y en nada se parece a la voz que escucharíamos después junto al Rey del Bajo y como solista.
Entre 1970 y 1976 Marvin graba siete producciones con Bobby Valentín. Hay que afinar bien el oído para identificar en temas como Papel de payaso y Amolador al mismo Marvin de Cortijo y Angleró. En estos se siente una voz más aguda y juguetona en los fraseos. Incluso se pone variopinta cuando escuchamos Son son chararí y El jíbaro y la naturaleza, interpretadas también con el Bobby. A diferencia de los seis trabajos anteriores, esta voz es áspera y gangosa; mucho más cercana a la que finalmente quedaría grabada en nuestro registro auditivo. Aun así, sus soneos hablan del pueblo y su condición; hace comentarios jocosos por encima del coro y pregona las ocurrencias que todos terminamos disfrutando.
A principios de los ochenta Marvin inicia su etapa como solista. Para entonces sus fraseos son un sello personal. La humildad frente a la gente que lo vio crecer como artista y el derroche de su voz carrasposa en el escenario lo reafirman como un sonero para pueblo. En esta etapa recordamos temas como La campana del lechón, Fuego a la jicotea y Auditorio azul, entre tantos otros números que descubren con mucho swing el imaginario popular.
Marvin fallece en octubre de 2004. Ese mismo año, durante el mes de marzo, la Puerto Rican Master, bajo la dirección de Luis Perico Ortiz, le rinde un tributo en vida. Cuando llega el turno de Oscar de León para interpretar los números Me mata o lo mayo yo y Al son de la lata, este invita a Marvin a cantar a su lado. Es notable el delicado estado de salud y sin embargo se levanta del asiento e improvisa unos cuantos soneos que agitan a la orquesta y al público entero. En ese momento, ante lo inminente, presenciamos el canto vigoroso del hombre increíble que nos señala desde la foto. Liiinda melodía.