Camina y prende el fogón

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Por Carmen Mandinga

A muchos de nosotros nos ha pasado. De no ser así, es probable que tengamos un amigo o familiar que tuvo que irse de su tierra natal. Pudo ser por perseguir sueños o simplemente por sobrevivir. Algunos llegamos a establecernos en lugares muy lejanos donde seguramente tuvimos que adquirir nuevas costumbres, hablar otro idioma, a veces olvidando el idioma materno; en las nuevas tierras que habitemos, podremos cambiar nuestras ideas y opiniones, nuestros gustos y vestimentas, convertirnos incluso a una nueva fe. Pero siempre vamos a añorar la comida que dejamos atrás, los aromas del hogar, los banquetes con los que festejamos en familia porque probablemente no hay un sentido más nostálgico que el del olfato.

Entonces llamaremos a la mamá, a la tía o la prima y les pediremos la receta; les preguntaremos si es posible cambiar alguno de los ingredientes que son difíciles de conseguir en esta nueva tierra que ahora llamaremos hogar. En algún momento, nos sentiremos capaces de pagar fortunas por la fruta recién bajada de la rama, en el solar del abuelo, y los vapores que salían de la olla, en la cocina de ese primer lugar que llamamos hogar.

La tan trillada frase «somos lo que comemos» cobra sentido más allá de los discursos nutricionales cuando reflexionamos sobre el papel que los alimentos desempeñaron en nuestra configuración identitaria. Somos lo que comemos, pero también somos lo que hacemos para comer y lo que hacemos con la comida. Algunos venimos de una tierra cafetera, otros de un pueblo de pastores o tal vez de un puerto de pescadores.

Recordaremos los alimentos que se hervían y los que se asaban, los que se consumían frescos y los que se conservaban para la siguiente temporada; los que acompañaban las celebraciones y los que eran, por sí solos, motivos de festejo.

Y esto tiene todo que ver con la salsa

Esta música nació tan lejos de los cultivos, las plazas de mercado y las ollas de las abuelas, que carga irremediablemente esa distancia como motivo. Y no es que la salsa esté dedicada a hablar sólo de comida, sino que encuentra en esta uno de los tantos vehículos de los que se ha valido para reafirmar la identidad de sus creadores.

Nacida en las calles de Nueva York, entre inmigrantes latinoamericanos de diversos orígenes, esta música consiste justamente en una mezcla de sonidos que llegaron a confluir en un momento en el que esta comunidad necesitaba una expresión sonora propia; y desde entonces se ha dedicado a comunicar al mundo quiénes somos y qué nos pasa. No es gratuito que, aún en la actualidad, incluso en Estados Unidos, se refieran a todos los nacidos en el resto del continente como ‘latinos’ o ‘hispanos’, pues los elementos que nos distinguirían como colombianos, salvadoreños o cubanos, siguen siendo desconocidos o difusos para muchas personas. Entonces, viviendo en una sociedad que desconocía sus particularidades, los inmigrantes latinos encontraron en la música la manera de expresarlas y también de unirse como comunidad al cantar sobre sus vicisitudes, sus necesidades y sus nostalgias.

Así, la salsa operó en doble vía: ayudó a los latinos a encontrarse con sus particularidades y sus similitudes, e hizo que construyéramos comunidad —primero a nivel local y luego a nivel mundial— pues este sonido se convirtió en uno de nuestros emblemas. Entonces sería de esperar que los principales temas que este género toca, entre otros, sean las dificultades de la vida moderna, la vida en el barrio, la remembranza del lugar de origen y, por supuesto, la comida.

Además de esta nostalgia alimentaria de la que la salsa da cuenta, se hace evidente también que sus músicos han entendido perfectamente la relación que hay entre hacer comida y hacer música, y no es sólo porque las metáforas sobre el fuego y el calor para referirse a ambas labores abunden, como en Prende el fogón (Sonora Ponceña), Se prendió la candela (Orquesta La Conquistadora), Guajira candela (Eddie Palmieri). En realidad, tanto el oficio de la cocina como el de la música son parte de nuestra herencia cultural, pero nos permiten encontrar nuevas formas de expresarnos y construir gustos. Por eso muchos músicos de salsa se refieren a ellos mismos como ‘cocineros’ y al ejercicio de creación musical como el de ‘cocinar’. Tal es el caso de El cocinero mayor (Joe Arroyo con Fruko y Sus Tesos), Cocinando (Fania All Stars) y Cocinando suave (Ray Barretto).

Se puede entender mejor este paralelismo cuando escuchamos expresiones como «¡a cocinar!» y «¡a comer!» para hablar de la interpretación e improvisación musical; cuando se usan expresiones como «poner sazón» (picante o ají) a la música o al baile como en Ají picante (Manolín Morel y Sus Charangueros) o Maní picante (Joey Pastrana); y de manera más explícita, cuando se dice que el músico y el bailarín son sabrosos o tienen sabor, ejemplo de ello son Sabor sabor (Fania All Stars) y las varias canciones tituladas Tiene sabor de intérpretes como Charlie Palmieri, Henry Fiol, Buena Vista Social Club, la Típica Novel, la Orquesta Sensación y Markolino Dimond, entre otros.

Además de estas metáforas entre la cocina y la música, o la cocina y el baile, hay una cantidad inmensa de canciones que hablan de platos, frutas, bebidas y rituales gastronómicos típicos de nuestro continente. Por supuesto, cada una de estas categorías merecería su propio artículo y lista de reproducción, pero por ahora quedan invitados a saborearse esta lista que preparamos para que gocen mientras nos leen:

En esta nueva comunidad continental que hemos formado los amantes de la salsa, la mesa donde alguna vez se compartió un festín es ahora reemplazada por la pista de baile. Pero el banquete se sigue componiendo de mucho calor y mucho sabor.

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