Cuidao en la acera
Unos pasos más allá, suburbio. Unos pasos más acá, distrito. Al otro lado del charco, gueto. A este lado, arrabal.
El barrio, ese espacio como fenómeno melódico que remite a una idiosincrasia en la que se ciñe el carácter popular de sus costumbres y discursos. Ahí se concentra la fuente de inspiración de gran parte de la música afroantillana producida entre las décadas de los sesenta y setenta. El barrio se presenta como el personaje principal y su protagonismo asiste a los grandes esfuerzos rítmicos de la época.
El lugar en sí es un pretexto para reivindicar la identidad latina en medio del autoexilio y la desolación; tiende puentes por los que transcurre la única esperanza que se vislumbra entre el agite de los cambios socioculturales de mitad de siglo. Ese sentir colectivo congrega las multitudes que han empezado su propio proceso de aceptación y orgullo ante las tradiciones más fervientes en relación a la urbe. Si hubiera que rastrear la semilla de donde germina este impulso musical, es necesario volver a los años treinta cuando se dieron las migraciones de trabajadores hispanos a Nueva York, especialmente los jornaleros y obreros de países centroamericanos y del Caribe, aportando una población de al menos medio millón de habitantes.
Fotografía: Joseph Rodríguez
Dichas migraciones tendrían como punto de encuentro el Este de Harlem, que precisamente sería catalogado como El Barrio o el Spanish Harlem. La mixtura de sonidos y la experimentación instrumental de la mano de pioneros como Mario Bauzá, Machito, Chano Pozo, entre otros grandes músicos, dieron rienda suelta a ese mito fundacional que posteriormente sería conocido como la salsa.
Como resultado de este proceso generacional y transgresor, las mencionadas épocas de los sesenta y setenta recibieron influencias de distintas músicas tales como el jazz, el bugalú, el chachachá y el swing, hasta encontrar una sonoridad que para entonces ya despejaría toda duda respecto al aporte significativo del acontecer cultural del barrio.
Yo soy del barrio, mi socio.
Uno de los referentes inmediatos está en el apogeo de la Fania y su documental Our latin thing (1972) que ilustra bien el boom de este movimiento. Para ello fue determinante una actitud intempestiva; un deseo insistente por universalizar el clamor latino. Toda esa fuerza se volcó en las composiciones y en la apuesta musical creando así una atmósfera especial: sonidos, olores, texturas y sucesos. La condición humana a partir de las adversidades y luchas del diario vivir.
Con todos sus circuitos de intérpretes y orquestas, el panorama musical de Nueva York tuvo eco rápidamente en países como Puerto Rico, Cuba, Panamá, Venezuela y Colombia. Las composiciones se referían de manera explícita a los problemas citadinos y su marginalidad, pero también a los quehaceres rutinarios y a las fiestas de esquina. Indudablemente este aspecto se traducía en una aceptación inmediata en los barrios populares y los sectores más vulnerables de la ciudad.
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Allí se palpaban las escenas que terminarían siendo la razón del goce en los guateques y el bembé. Las historias de los guapos y las jevas de baile arrebatao; el banquete culinario y la rumbantela en el solar; el rebusque de los jíbaros y la gente averiguá. Así fue que entonces lo popular tuvo un vuelco significativo hasta alcanzar sus justas dimensiones.
Tales anécdotas sirvieron para la aprehensión de la salsa y a través de la misma, la congregación de todo un pueblo.