¿Estamo’ en salsa?

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Hay canciones que nos salvarían del naufragio o con las que nos hundiríamos tranquilos.

Todo el mundo tiene una canción (de salsa) que en distintos momentos de la vida —o en alguno decisivo— puede llegar a usarla como pasaporte, santo y seña, tótem o indulgencia. En el sentido más estricto de esta máxima, quien después de pensarlo un rato concluye que no tiene una en particular que lo salve del naufragio o con la que al menos se dejara hundir tranquilo, debería elegirla cuanto antes. En efecto, no es cuestión de darse a la búsqueda de ella con desesperado ahínco (lo que además resultaría infructuoso) sino más bien de rescatarla; asirse a ella cuando de imprevisto es escuchada en un supermercado, un bus, una fiesta, en labios de otros.

Convengamos en lo siguiente: la elección no tiene que basarse en los criterios más sublimes del lenguaje musical: composiciones de alto vuelo poético, pregones de primoroso cantar y melodías de agitado o cadencioso ritmo. No, así no funciona aunque también sería errado negar esta airada posibilidad. Por lo pronto, diré que simplemente debe ser una canción (de salsa, insisto) que sirva para detener al mundo en tan solo una fracción de tiempo; algo parecido a olvidar que cada cuerpo en esta Tierra gira alrededor del Sol y en cambio, poder asegurar que el eje de todo lo vivido se contonea en los surcos de esa grabación que va soltando notas para convencernos de que es real el latido que golpea en el pecho y el aire que transita en los pulmones.

¿Estamo’ en salsa?

Todo el mundo tiene una canción o dos o muchas (de salsa, eso espero) que ha dedicado —de palabra, obra u omisión— con el corazón en la mano henchido de placer o hecho trizas. De lo contrario, habrá al menos una que sepamos de memoria sin saber precisamente en qué momento la fuimos aprendiendo verso a verso como una lección que no se olvida. No hablaré de aquellas canciones que nos incitan a bailar porque de esas ya tenemos suficientes. A quien la salsa le ha entrado por los pies ya estará imitando en él la clave mientras lee estas líneas o sencillamente se pondrá a corear el tema que siempre pide cuando está en la pista. De ser el caso, si ya sabes cuál es tu canción, danzante lector, no la cambies así te digan que lo hagas, que está bueno ya, que si no te sabes otra.

Todo lo anterior me hace recordar a un buen amigo que sin ser salsero llegó un día preguntando por una canción que había escuchado mientras iba en bus hacia el trabajo. Mi amigo, que además se complace de tener un gusto más proclive a los sutras de la cultura zen y a las mieles del pensamiento filosófico —aunque tampoco él, al igual que Nietzsche, creería en un dios que no supiera bailar—, dijo haber escuchado durante el mencionado trayecto unos versos reveladores en boca del cantante Puppy Cantor con la orquesta del maestro Willie Rosario: «No te enamores de mí, porque yo soy de la calle» tarareó junto al recuerdo vago de otras líneas queriendo que le dijera el nombre de ese tema con el que se había iluminado. Le atiné de inmediato. Lo buscó en YouTube, se puso los audífonos y fue moviendo la cabeza de manera asertiva mientras lo gozaba con una sonrisa entre los labios. Semanas después lo pidió en un bar en el que coincidimos. No sé si esa sea la canción que tiene para sí, pero ahí está, imborrable, de calle en calle.

Hay una discusión en el barrio

Anteriormente resaltaba la expresión ser salsero porque ya se ha vuelto una costumbre la necesidad de clasificar a las personas de acuerdo con sus gustos musicales. Esta costumbre (apabullante y ponzoñosa, todo hay que decirlo) es tan radical que ha ido creando una suerte de fronteras invisibles que impiden cruzar con soltura de un género a otro sin antes ser juzgado de traidor o falto de criterio. Es por eso que esta expresión cada vez más lapidaria —y no debería serlo— es también una brusca manifestación del ego que profesan quienes han creído que el conocimiento y peor aún, el gusto mismo, solo les pertenece a unos cuantos elegidos.

En aras de soslayar este altercado, pienso que la expresión ser salsero debería reemplazarse por estar en salsa. Esta última se presenta más flexible pues no alardea una identidad sino que remite a una espacialidad. Bien sabemos que por naturaleza somos nómadas; vamos de un lugar a otro haciendo camino al andar; del lado A de un longplay de salsa al lado B de un longplay de (inserte aquí el género que mejor le parezca). De esta forma no tenderíamos que pedir permiso al gremio cada vez que deseamos escuchar —o publicar en nuestras redes sociales— una canción de un género distinto. Pero me desvío.

Les decía que todo el mundo tiene una canción (de salsa, si no qué gracia) que también le sirve como banda sonora para todos sus silencios.

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