La gente inventa para bailar

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Entre las comisuras de lo bello y lo sublime, en esta mixtura de ritmos que ha sido llamada salsa, también existe una semilla invisible que florece con el baile.

Etimológicamente el verbo bailar se define como la acción de mover rítmicamente el cuerpo, los brazos y los pies, al compás de la música. El término también se vincula con el verbo danzar, que a su vez traduce hacer movimientos acompasados. Finalmente, en esta lógica de la economía verbal, el compás no es otra que cada uno de los periodos de tiempo iguales en que se marca el ritmo de una frase musical*.

Está claro que es necesario una connotación más amplia y sensitiva. Sin embargo, el academicismo del diccionario, en su brevedad totalizadora y transparente, resulta ser apenas un intento por plasmar en el papel la inefable acción que se despliega las dimensiones de una pista. De ahí que la sola palabra, en su infinitivo y demás tiempos verbales, requiera de algo más que la complemente: ¿un adjetivo, acaso?, ¿un adverbio de lugar, de tiempo o de modo?, ¿un sujeto? De ello también dependerá su esparcimiento y la prolongación de su justa belleza pues, muchas veces inclusive, puede prescindir del compás y de la música. Bastará entonces un destello imprevisto o la fascinación de un recuerdo para que el cuerpo encuentre su manera de expresión en la vasta libertad del movimiento.

Yo no podría creer más que en un Dios que supiese bailar
(Friedrich Nietzsche)

El baile es imagen y semejanza de sus infinitas posibilidades; de un dios que se concede a sí mismo la permisividad del goce. Entre tanto, presos de ese afán nominativo, dicha palabra fue encontrando otros nombres que se ajustan mucho más a la pasión con que los cuerpos danzan cada vez que ese impulso los convoca: azotar baldosa. Echar un pie. Descongelarse en la pista. Tirar paso. Y otras tantas. El verdadero ritmo está en cada una de estas expresiones populares; en ellas se descubre la diversidad de imaginarios que rompen con todo formalismo; allí hay cadencia y desenfreno, delicadeza y contorsión, finura y alboroto. Entre las comisuras de lo bello y lo sublime, en esta mixtura de ritmos que ha sido llamada salsa, también existe una semilla invisible que florece con el baile.

Como en los tiempos de ayer.

Hay otra expresión que al pronunciarse pareciera caer en una suerte de anacronismo pero que a su vez se resiste a renunciar al peso cultural que la define. Como la tela de la araña que sostiene a los elefantes de la ronda popular, esta se mantiene inquebrantable y aparece cada tanto, proporcionando un sonido melodioso y reinventándose en el imaginario de la salsa, al punto de elogiar aquello que designa. Tal expresión, que además es un sello de aprobación irrefutable, es vieja guardia.

Dos palabras que refieren un origen integral, pues no solo se trata de las raíces musicales, sino de un sincretismo en el que participan la geografía y el acervo, la vestimenta y el baile. No podría cifrarse una fecha exacta aun cuando las sonoridades latinas de los años sesenta marcaron un derrotero en particular. La vieja guardia sencillamente tiene saoco por ser fundadora de estilos, conservando hasta nuestros días el apego y la nostalgia de los movimientos que entran a ser parte de la convicción general entre el dicho que reza que todo tiempo pasado fue mejor.

Este apelativo ahora frecuenta de un modo amigable, regularmente se usa sin intenciones peyorativas y sin ínfulas de querer deslegitimar todo lo que es reciente. Aquí no hay recelos pero sí un respeto por el conjunto de tradiciones que lo representan. Las nuevas generaciones, que están llamadas a conservar pero también a transformar la historia del baile en la música afrolatina, encuentran en esta nostalgia del pasado un puerto seguro como punto de partida.

La vieja guardia es en sí misma un sentir; la cosmovisión del barrio en la que converge lo profano, lo sensual y lo místico. Es un estilo de vida que respeta el conjunto de ritmos que suenan en la pista de baile. Ningún paso es impostado pues en su práctica da rienda suelta a la improvisación. Desde esta esquina, de seguro no habrá confusión entre lo que es charanga y pachanga. El bugalú, el bolero, el son, el chachachá y cada una de estas raíces, representan su propio cardumen de movimientos afincados. Para el salsero de la vieja guardia, bailar es tentar al diablo invocando a un dios que goza.

Lo último en la avenida.

Desde esta otra esquina, la popularización de las academias de baile han logrado mantener el interés y el gusto musical, por tanto es una de las gestiones más plausibles en lo que respecta a patrimonio cultural. El impulso de estas ha servido para que los frutos de una tradición sigan vigentes. Específicamente, hoy puede decirse que la gente no siente tal rechazo por bailar salsa ni se le etiqueta como en los tiempos de ayer cuando los padres satanizaban los agüelulos y guateques impidiendo que sus hijos asistieran a ellos o, como sucedía hasta hace poco, cuando los jóvenes aseguraban que la salsa era música de viejos y la sola mención era ya arriesgarse a ser tildado de anticuado o pasado de moda. Hoy no hay quien se resista a la rumba cuando suena en cualquier festividad o reunión entre familiares y amigos: para la niña y pa’ la señora; la baila el viejo y también los chicos. En este preciso instante no existen enemistades ni altercados; todo se resume en un jolgorio sin prejuicios.

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Por otra parte, si bien la preocupación por acertar en cada ritmo los pasos que le corresponden (las nuevas generaciones han vuelto a confundir lo que es charanga y pachanga) ya no es un afán general, resulta emotivo ver que ya la salsa hace parte de la canasta familiar y que salir a la pista es casi una respuesta inmediata. Lo que también es curioso es que no importa cuál sea la destreza que se tenga en el momento de echar un pie. Aquí se mezclan todos los estilos: el vieja guardia con la seguridad que da llevar el ritmo impregnado en la piel, el bailarín de academia con la exactitud de una lección aprendida y recitada innumerables veces y, el bailador empírico que se lanza al ruedo sin tener muy claro cuál será el resultado.

A fin de cuentas, todos los sinónimos del danzar popular encontrarán su compás cuando se oiga el rumor de un pregonar que dice así: el rumberito llegóoo… lleeegóoo.

*Las definiciones de bailar, danzar y compás se tomaron del Diccionario Plaza y Janés, Plaza y Janés Editores, Barcelona – España, 1983.

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