Latin jazz: el sonido de un confinamiento

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Por John Alex López

En estos tiempos de cuarentena y aislamiento buscaba la canción que pudiera expresar el sentimiento de inexactitud ante el presente y cada vez más caótico futuro; una búsqueda poco fructífera con más preguntas que certezas. Hoy las artes han resultado ser el medio y aliciente para enfrentar de alguna forma todas las crisis conjuradas en esta pandemia y que nuestro paciente espíritu trata de resistir. La música fue una de mis opciones.

Solía pensar ciega y confiadamente que por el hecho de escuchar mucha salsa me permitiría un acercamiento suficiente al latin jazz, hecho que en apariencia es cierto, pero que no goza de toda equivalencia. De alguna forma esta mirada representó una patada a gran parte de las cosas que había escuchado antes.

El latin jazz tiene una complejidad seductora que muestra el lado oculto de algunos músicos conocidos en la escena comercial de la salsa. Incluso hay una frase osada que se escucha en el ambiente: «para ser buen salsero tienes que pasar por el jazz».

Recuerdo un Ajazzgo que se hizo en el Teatro al Aire Libre Los Cristales. En este se presentó la big band de José Aguirre y también el grupo Jorge Herrera and Friends, tocando parte del repertorio de Watercolor mambo, uno de los primeros álbumes de latin jazz al que le  puse atención, en especial por el corte Suite 50.

Admito que para mí el jazz era esa cosa extraña e incomprensible; una música de adorno en voz baja para amenizar reuniones y congresos, con el fin de mantener despierto al público que aguarda llegada de un ponente. Sin embargo, la curiosidad fue creciendo al comprender su silencio: mi silencio como oyente.

Con el tema Codazo comprendí el lado jazzístico de Bobby Valentín en los metales; una canción ruda que te deja sin aliento. Sucedió igual con el álbum Kenya de Machito and His Afro-Cubans, quienes cimentaron el camino para otros músicos latinos que devoraban las calles de New York y confluían en el mítico Palladium. El lado secreto de Ray Barretto lo descubrí en su álbum Acid y en las últimas producciones después de terminar su vínculo con la Fania para luego formar su New World Spirit. Resulta contrastante, por ejemplo, escuchar sus dos versiones de Para qué niegas. La primera —la clásica— con la contundencia para los pies del bailador mientras que la otra es una lectura íntima, madura y exquisita que aun en la ordinaria voz de Barretto tiene cierto encanto.

La característica del jazz reside en su improvisación, todo en él es creación, confirmando el principio de Heráclito: «Nadie se baña dos veces en el mismo río» o más bien: nadie escucha dos veces la misma canción. Desde A night in Tunisia que ha pasado por las trompetas de Miles Davis, Dizzy Gillespie y Arturo Sandoval, pasando por la legendaria María Cervantes que compuso Noro Morales y que recorrió los teclados de Charlie Palmieri, Alfredo Valdés Jr., Richie Ray, hasta el vibráfono de Tito Puente quien redujo su estruendosa big band a un compacto y contundente septeto que supo dar la batalla.

Lo que me ha motivado a creer que el latin jazz es una música de culto es su sentimiento atemporal. No importa lo que pase, el sonido de los vientos supera la voz de la palabra ordinaria. He encontrado en ellos canciones memorables que no dejo de escuchar, como sucede con el solo de saxo de Mario Rivera en Take five y la flauta de Dave Valentín en Obsession. Este último me conduce al libro Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, cuando Carlitos busca entre las ruinas de México el recuerdo de Mariana.

El latin jazz, además de ser creación, ritmo e improvisación instrumental, es también cura para un silencio y la imposibilidad de su habla. Cuando esta se vuelve minúscula y sin resonancia, cuando no se eleva el verbo y se trunca la garganta. Cuando la metáfora es el silencio que urge ser sacudido y cobijado bajo alguna nota larga que destruya la confusa incertidumbre, y supla la necesidad de buscar la palabra exacta para cada situación. Es ahí cuando el sonido lo dice todo. El latin jazz es la alegoría del imposible ese amor.

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