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Mi patria y Rubén Blades

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Por Laura Daniela Trujillo

Diseño: @cristograph

No son pocas las oportunidades en las que la música logra conectarse con nosotros, despertar sentimientos o traer de regreso memorias de tiempos mejores o más felices. Pero no hay duda que estas ocasiones aumentan significativamente al estar lejos de lo que llamamos patria, cuando no estamos rodeados de lo que nos es familiar o cercano, cuando no entendemos las palabras ni los gestos de las personas a nuestro alrededor y hasta el intento de comunicación más básico y cotidiano se convierte en un desafío. Ahí, aferrándonos a lo que pueda parecernos ‘normal’, la música se une a nosotros, se funde con el vacío y la añoranza para hacernos sentir más felices o más tristes, pero siempre sin dejarnos indiferentes.

Puestos en una situación en la que fácilmente podemos sentir que no tenemos raíces y que al ser forasteros ninguna tierra es la nuestra, la música cumple la función de llevarnos de vuelta, de recordarnos las bases de la identidad propia y contribuir al desarrollo de la misma, aunque dicha identidad individual tiende a desdibujarse al socializarse en el extranjero, dado que el lugar del que venimos causará de una u otro forma una impresión sobre quiénes somos en aquellos que recién nos conocen.

Además, al haber nacido y crecido en un país latinoamericano —como Colombia— resulta difícil desligarse de una identidad colectiva, a la que, por el contrario, la música nos vincula más. En este caso particular, la salsa representa para nosotros la unión familiar, la felicidad, el disfrute; al escuchar una salsa estando lejos de casa es difícil no volver a las noches de baile, las comidas con familia y amigos, los amores bonitos. Pero también nos lleva devuelta a la lucha, la carencia, el dolor y las razones porque las que decidimos que estaríamos mejor en otro lugar, todo eso que representa para nosotros la patria, que ciertamente puede definirse como la «tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos».

Definida en esos términos, puede entenderse por qué desde afuera Latinoamérica se siente como una gran hermandad y, a donde vayas, encontrar algún rastro de ella te hace sentir perteneciente e identificado. Porque, más allá de la geografía, es la historia lo que la une: cientos de años de batallas frente a la pobreza y la desigualdad, de resistir frente la opresión y la corrupción, de ver desaparecer a familiares y amigos y de tener que emigrar casi forzosamente de nuestra tierra. Porque es la comida, es la empatía, es la música lo que crea el reconocimiento que sólo se puede sentir entre pueblos que se saben hermanos.

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Es así que en medio del desarraigo la salsa adquiere un sentido aún más valioso. Con su vehemencia que hace sonar bailable hasta la más triste desgracia, nada es tan grave ni ninguna distancia es tan grande como para que la voz de Rubén Blades no estremezca cada ser al cantar, casi como un himno que ruge:

Lucha siempre por tu raza,
nunca te des por vencido.
Con fe, siembra y siembra y tú verás.
Con fe, siembra y siembra y tú vas a ver.
Cuando lo malo te turbe
y te nuble el corazón,
piensa en América Latina y repite mi pregón.

Y es que quién puede escuchar las letras de Blades, que ha participado activamente en el escenario político de su país y ha contribuido a la creación de la identidad y de la conciencia de lo latinoamericano, sin sentir que la letra de la canción 9 De Enero dedicada a recordar un episodio doloroso para Panamá, puede aplicarse perfectamente a cualquiera de las otras repúblicas latinoamericanas asediadas hasta el cansancio por dictaduras durante largos períodos, y que aún hoy puede cantar con sentimiento y desasosiego en voz de Marcos Barraza.

Las vidas que se perdieron
y todo el luto que nos dieron,
pero al final no se fueron.
Qué valores de mi pueblo,
olvidarlos yo no puedo.

Ser inmigrante y escuchar salsa, especialmente a Rubén Blades, significa un orgullo y una aflicción constantes, sabiendo que Amor y Control no se canta igual en la soledad, que Buscando América nunca se siente tan real como cuando desde la lejanía las injusticias nos laceran con impotencia y América misma parece un lugar remoto y abandonado, es saber que lo relatado en Plantación Adentro no es diferente ahora que 1745 y que Latinoamérica está llena campesinos que bien podrían ser Camilo Manrique, es recordar dolorosamente que mientras estamos en busca de lo que llaman un futuro mejor, en nuestra tierra se vulneran minuto a minutos los Derechos Humanos más básicos y crecen sin cesar historias como las cantadas en Desapariciones.

Y sin embargo, escuchar salsa siempre será un deleite que utilizaremos como combustible para seguir adelante y no olvidar de dónde salimos, para volver así sea momentáneamente, agradecidos, al hogar donde fuimos expuestos a la humildad y a la grandeza de los pregones. La salsa, en la distancia, es el recordatorio constante de que mi patria no es sólo el país en el que nací, mi patria es Latinoamérica.

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