¡Oye, Jéctor, tú estás hecho!

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En sus fraseos por lo regular hay un dolor que se repite pero que no se agota; es ahí donde se produce el encuentro con el oyente, la conexión vital.

Del Rey de la Puntualidad ya se han dicho muchas cosas. Algunas de ellas permeadas de un amor inmaculado hacia quien se le venera como a uno de los santos —y con los santos no se juega— de la música latina nacida en las entrañas de los guetos neoyorquinos. Otras, enardecidas por la fama de un cantante que se destruyó a sí mismo, incluso antes de que lograra afinar la nota más aguda de su repertorio. Tanto lo uno como lo otro fortalecen la identidad de Héctor Lavoe en la historia de la salsa. Su voz, 25 años después de su partida, sigue siendo mito y leyenda; realidad cruda y final que se reinventa en cada anécdota, archivo fotográfico o pregón de esquina.

A la edad de 17 años llegó a Nueva York para encontrarse frente a una realidad de sonidos callejeros e instrumentación experimental. A los 21 conoció al Most Wanted de la Fania, Willie Colón, y habiendo eludido la formación musical escolarizada asumió un compromiso con la transgresión y la fatalidad. Las letras que interpretó a lo largo de su carrera artística desembocaron en los laberintos más angostos y sórdidos de su experiencia humana: de la agreste narrativa urbana a la intensa melancolía familiar (pasando por el más frío desamor); de la autocrítica insistente al desafiante autoelogio por sobre el abanico de soneros estelares. Si bien las letras no salían de su pulso, el latir de las mismas encajaba en su figura con la precisión de un rompecabezas al que no le falta ni le sobra una sola ficha. Y no es usual que en esta música pueda preverse toda una radiografía personal donde, en amalgama perfecta entre composición y melodía, se erija la esencia del cantante. Su discografía como solista y en compañía de distintas orquestas confirma el sólido aporte a la cultura musical de nuestra cosa latina.

Seguro, firme y decidido / buscando una mejor sonoridad
agrupamos el sabor con el ritmo / dándole vida a este conjunto musical
(Hacha y machete)

Por lo regular los grandes artistas —no solamente en la música sino en todos los campos de las bellas artes— construyen su obra desde el sufrimiento y la fractura, como si fuera una tendencia natural el agravante en la salud o la necesidad implícita de caer en la decadencia y la locura. Héctor Juan Pérez Martínez (30 de septiembre de 1946 – 29 de junio de 1993), que no fue la excepción en esa línea de fuga, tuvo una vida melancólica de principio a fin y ese duelo permanente lo condujo a una depresión que arreciaba con mujeres, fumada y caña.

Y nadie pregunta / si sufro, si lloro
si tengo una pena / que hiere muy hondo
(El cantante)

Sumado a ello, el Cantante de los Cantantes solía perder la pelea contra el reloj en la lona de cualquier compromiso: al principio, ante la derrota ineludible a causa del exceso con las drogas; luego, muy seguramente, para mantener el mito del artista impuntual. Sin embargo, ninguna de estas circunstancias era impedimento para cantar con pantalones a la hora de subir al escenario. Su figura esquelética pero de fuerza arrolladora y carisma impoluto hacía vibrar al público paciente y fervoroso. Jéctor, el mismo que lucía un anillo de oro con su nombre grabado (dedo meñique de la mano derecha), llegaba tarde pero compensaba su tardanza con presentaciones de repentina excentricidad y descomplicada impertinencia: like a rockstar en brazos de la multitud en África o encendiendo un cigarrillo mientras entonaba el Rompe saragüey.

Desde la perspectiva del artista disidente, intentar quitarle mérito a su canto a juicio de tecnicismos musicales sería como tratar de encontrar la aguja en el pajar, a oscuras y con guantes de boxeo. Indudablemente, en cuestión de preferencias cada quien escoge el artista que desea escuchar en el bus o camino al trabajo; el de tirar paso en la pista de baile o el de celebrar el mayor de los triunfos. Con Lavoe, en cambio, se desafían los esquemas de la métrica —mi cantar es único / a nadie se lo copié (afirma)— , se multiplican las posibilidades del pregón y tiembla el alma. En sus fraseos por lo regular hay un dolor que se repite pero que no se agota; es ahí donde se produce el encuentro con el oyente, la conexión vital.

Si el destino me vuelve a traicionar / te juro que no puedo fracasar
Estoy cansado de tanto esperar / estoy seguro que mi suerte cambiará y cuándo será
(El día de mi suerte)

A los 47 años, luego de que su suerte cambiara en repetidas ocasiones, murió el Cantante de los Cantantes. Desde entonces se revirtió la fórmula: ahora seremos nosotros, las nuevas generaciones de salseros, los que siempre llegaremos tarde al devenir de sus canciones. Y así, entre tristeza y sonrisa pagada, quizás algún día aprendamos a respirar bajo el agua.

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