Vacílate este potpurrí

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Un elogio a los compilados.

En las antípodas del purismo musical que hechiza a los coleccionistas y melómanos, incitándolos a rastrear los álbumes originales de los distintos artistas, existe un séquito de comerciantes (y naturalmente compradores) que sin recato alguno ni pudores de penosa índole, prefieren reunir en un disco compacto, elepé o memoria, un conjunto de canciones en las que el criterio selectivo no responde más que a un gusto al garete y desmitificado; una fórmula de subjetiva elección que, sin mayores pretensiones y a bajos costos, propicia hallazgos suspicaces que germinan en los pies del bailador y en los oídos del que simplemente escucha y oye lo que le conviene. En el caso de quien atesora discografías completas el resultado ha de ser distinto; menos placentero, casi que una fe de erratas.

Para los compradores circunstanciales —que reconocemos no solo lo difícil que es conseguir los elepés originales sino también lo costosos que resultan— los compilados son como esa espacie de oasis en el desierto; pequeñas perlas que nos aguardan al interior de las conchas marinas. Sí, así como se escucha: ¡desierto y mar en un mismo renglón! No me sorprende si los que están en la otra orilla reprochan tal postura, esgrimiendo con soberano disgusto que en dichos compilados no podrían encontrarse oasis ni pulidas perlas porque simplemente no hay desierto ni mar que los contenga; que más bien se trata de copias mal grabadas, de carátulas sin créditos, de sellos nacionales y un largo etcétera de objeciones y miramientos. Por mi parte, me sostengo en este elogio delirante: en cada uno de esos trabajos está implícito el oído atento del compilador que a su vez es un encuentro con nosotros.

Let me taste de ese cheescake sabroso

Un aspecto importante dentro de la tradición discográfica salsera tiene que ver precisamente con el diseño de carátulas. A partir de la década de los sesenta se conoció como el cheescake a la estrategia de marketing que consistía en ilustrar las tapas de portada con imágenes que pudieran atraer visualmente al comprador. Entre los recursos más frecuentes estaban las imágenes de corte erótico y los movimientos de vanguardia todavía en boga. Esto reveló un incremento de las ventas de la música anglo, lo que llevó a la industria latina a basarse en la misma estrategia, teniendo entre sus representantes más destacados a diseñadores como Izzy Sanabria —quien imprimiría un estilo surrealista a las carátulas de Fania— y Ron Levine —con el trazo de guerreros interestelares en los trabajos de La Sonora Ponceña— por citar apenas dos ejemplos memorables.

En lo que concierne al compilado, esta estrategia dista mucho de ser un punto de partida. Por el contrario, los semblantes de estos discos son desatinados y de extrañas proporciones; carentes de una línea gráfica perdurable. Como contrapartida, ostentan hiperbólicos títulos que pescarían (atónitos o ante la simple curiosidad) hasta la especie más sofisticada de este ecosistema melodioso. Ante un sinnúmero de títulos que se jactan de ser Los gordos de la salsa, Explosivos bailables, El amorómetro, Los durísimos de la salsa y El príncipe del ritmo, entre tantos otros, lo menos que uno podría hacer es echarle un vistazo a la lista de canciones entre las que sin duda podría estar la que nos trae a flote algún recuerdo duradero. En eso consiste precisamente su belleza: en la simpleza gráfica, en sus rimbombantes nombres y en la exaltación de las mismas canciones que han identificado a toda una generación; casi todas ellas, por lo regular, extraídas del lado A del elepé, donde se supone están las canciones más exitosas del trabajo original. Así es como se va formando una antología que hace que musicalmente dichas generaciones sean perdurables.

Sonaron los cañonazos

Para ejemplificar lo anterior podríamos citar el caso de Los 14 cañonazos de Discos Fuentes en Colombia. Si bien no es un trabajo netamente salsero, ilustra muy bien la esencia del compilado. En 1961 a esta disquera se le ocurrió recopilar en un solo trabajo los 14 temas que el público había escuchado y bailado insistentemente a los largo del año. Este álbum era lanzado siempre en el mes de diciembre para cerrar así todo un ciclo sonoro. Los cañonazos hacían alusión a los míticos cañones de Cartagena —ciudad donde se fundó la disquera— pero también sabemos que es una palabra con la que se denomina algo que ha sido un rotundo hit. Por otra parte, las carátulas cumplían con el ideal erótico de la época en la que la mujer en traje de baño o lencería servía para promocionar todo artículo en venta. Ningún artista (local, al menos) podría negar su deseo de aparecer en esta selección que atizaba la fiesta decembrina.

Es así como los compilados han estado presentes en ese proceso evolutivo de la industria musical. Cabe destacar que en el ámbito salsero el formato elepé está recobrando fuerzas hasta convertirse en una desbordada y nostálgica obsesión. Sin embargo habría que mencionar también el posicionamiento del disco compacto, que a principios de este siglo anunciaba ya el oleaje intempestivo de la piratería, obligando a los artistas y casas disqueras a pensar en nuevas formas de distribución. En este periplo valdría la pena mencionar las famosas tripletas y los CD en formato mp3. Los primeros consistían en un conjunto de tres CD que prometían reunir los mejores éxitos de un artista o de tres de ellos en un potpurrí que no sobrepasaba las 45 canciones. Para el segundo caso, el formato permitía recopilar sin mayor dificultad un centenar de canciones (¡entren que caben cien!) en las que el trabajo del compilador podría ser más ambicioso. Con tan solo dos memorias mp3 uno podría garantizar la rumbantela para toda una noche.

Ponle un vellón a la vellonera

Aunque todavía los artistas salseros le siguen apostando a estos formatos mencionados anteriormente, es claro que el número de ventas y regalías que estos dejan son escasas. Ahora las plataformas digitales se han convertido en el medio más eficaz para difundir la música y es por eso que las dinámicas en tales espacios siguen reinventándose. En este caso, el equivalente de los compilados serían las playlist que se crean en plataformas como YouTube y Spotify. Ahí todos comparten su música predilecta, agregan e intercambian canciones a sus anchas. Una de las ventajas es precisamente el hecho de poder enlazar estos compilados a las diferentes redes sociales, propiciando así una discusión más amplia frente a los gustos y estilos sonoros. Los artistas, por su parte, han entendido bien estos procesos y se han ido ajustando a ellos, entendiendo que hacer parte de un conglomerado no deslegitima el valor total de su obra.

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