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Canción

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Por Camila Gómez Luque

Diseño: @sergiovaldesm

Recordé a Clarissa Dalloway cuando decidió que ella misma compraría las flores, y me dije: ¿por qué hijuemadres no? Me puse el tapabocas, guardé la cédula para demostrar que el número terminaba en par, y salí a la calle. Para mi sorpresa no había fila en la panadería, así que aproveché y de paso compré unas almojábanas.

Al llegar a la floristería doña María me saludó con los ojos, y mientras me aplicaba el gel antibacterial, le pregunté en dónde estaban las margaritas. Me señaló con el dedo la esquina del fondo, la de las flores de abril (como les llamaban en otros países). Los colores y los pétalos, dispuestos a lo largo de la mesa, me transmitieron algo de paz mientras me oía respirar dentro del tapabocas. Como si fuera la primavera (dirían en otros países).

Recorrí todas las mesas del local y al final elegí las margaritas más bellas junto con un par de jacintos. Y ahí fue, en ese instante, cuando sonó aquella melodía de repente, muy potente, que nos hizo mirar a ambas por la ventana. Una ráfaga de amor nos atravesó el cuerpo. Como diría el cliché: de pies a cabeza, aunque fue realmente desde el centro del pecho hacia las extremidades. La canción venía de un carro en la acera de enfrente, y no se alcanzaba a ver quién iba dentro. A doña María se le movía el pie al ritmo de la canción, y supongo que sonreía. Aunque nos balanceábamos al ritmo de la melodía y no nos hablábamos, ya que había mucha distancia entre ambas: ella al lado del mostrador, y yo cerca a la ventana, sé que ella tampoco sabía quién iba en aquel carro, si bien yo suponía que era el tipo de El Príncipe, la carnicería que quedaba a un par de cuadras. Había algo de especial en oír una canción al azar, en un lugar aleatorio, y en una mañana cualquiera. Aun cuando era una melodía que uno ya había escuchado más o menos unas cuatro mil doscientas cincuenta y tres veces en la vida. La verdad era que las canciones más bellas eran las que sonaban en el momento preciso (o por mucho unos diez minutos después).

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Doña María, de qué callada manera, y viendo aquel carro, se bajaba el tapabocas cada vez que bebía un sorbo de tinto. En uno de esos sorbos me sorprendió mirándola, y con tan solo señalar su bebida noté que me ofrecía una taza. Yo se la acepté, y le compartí una de mis almojábanas para el suyo. ¡Qué momento! ¡Qué miércoles en la mañana!

Acabó la canción y el carro siguió su camino. Por un instante había alcanzado a olvidar las circunstancias de este año. Le di una vuelta más al negocio y escogí, además de las flores, tres jarrones, y doña María, de ñapa, me brindó una rosa de su rosal principal.

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