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Escucha mi coro que dice

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Por Sanserení

Diseño: @sergiovaldesm

La cuestión es sencilla: tengo un gusto especial por los coristas en la salsa; esa línea de voces que por lo regular también están ahí, en la delantera de la orquesta o a un costado, acompañando como nobles escuderos el embate del cantante principal. Su tarea es breve y a la vez titánica: lograr que el estribillo cale en el oído que lo escucha. De ellos también depende que la letra se replique una y otra vez como un salmo al que se responde entre lágrimas y risas; azotando la baldosa con los pies.

Pese a la fuerte tradición de coristas destacables en la salsa, el coro, es decir el estribillo tiende a hacerle sombra al que lo canta. Pocas veces se menciona con detenimiento y entusiasmo esa voz que agita multitudes en la síntesis melódica de la canción. Para hacerle un lugar a un tema en nuestra vida no siempre es necesario recitar la letra de principio a fin; mucho menos detectar en qué momento del mambo entra el piano o la trompeta. Es cierto que hay solos que elevan nuestras almas y nos llevan a comprender la extensión inagotable de esta música sabrosa, pero el coro, como un beso exacto en el momento, queda marcado para siempre. Es quizás lo único que hay que saber para gozar la rumba entera; lo demás es tarareable y el ritmo se improvisa con las manos aunque no se sepa interpretarlo con los cueros. Pulso firme el del compositor o la compositora al escoger la frase que se grabará en los coros. Esa fracción de tiempo debe contener la caricia o el reproche, invitar a la cumbancha o vociferarse desafiante.

Con el paso del tiempo mi fijación por los coristas se ha convertido en una pesquisa que tiene su origen en el cantante boricua Paquito Guzmán. Lo particular es que su trayectoria como líder vocal en distintas orquestas y su impronta como solista durante el periodo de la salsa romántica en los noventa son de una presencia irreductible a su participación como corista. Ser amantes, Cinco noches, Verdad amarga, Esa mujer, entre tantos otros éxitos aparecen de inmediato cuando se pronuncia su nombre. En mi caso, cuando pienso en Paquito lo primero que escucho es el torrente de su voz que se abre paso entre los coros de canciones como Pan de negro de Bobby Valentin, El sonero que regresa de Pedro Conga, Amor de mentira de la Puerto Rican Power y Traición de Roberto Roena, por mencionar algunas. No se trata de restarle importancia a su trayectoria artística; todo lo contrario, advierto que su grandeza se halla incluso en la brevedad de esos versos que sirven como antesala a los soneos de la voz líder.

Paquito es el primero de la lista pero no el único. Me desvivo al escuchar los coros fañosos de orquestas como la Sonora Matancera y el Conjunto Clásico en las que resaltan las voces inconfundibles de Yayo El Indio y Ramón Rodríguez, promotores de esa vieja escuela. A ellos los secunda la bravura de Justo Betancourt y el torrente de Adalberto Santiago, que también son fichas claves de la tradición. Del corte setentero y ochentero, admiración total por dos grandes escuderos de las orquestas que crecí escuchando: Edwin Rosas de La Sonora Ponceña y Papo Rosario de El Gran Combo de Puerto Rico. Ambos representan la tenacidad de sostenerse sin mayor protagonismo, pero siempre exactos y afinados. De las generaciones más recientes destaco la presencia de coristas como Henry Santiago, José Luis Chegüi Ramos —que en paz descanse—, Dárvel García, Pichie Pérez y Wichy Camacho. Igual admiración por quienes al aguzar el oído todavía no distingo pero reconozco ahí, asumiendo su papel a todo swing.

Aquí termina este montuno.

Dandy Rodríguez, Yayo El Indio y Adalberto Santiago.
Foto: Martin Cohen

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