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La Lupe, un huracán herido

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La Lupe fue vértigo. Nunca artista alguno interpretó los boleros como ella lo hizo. Nadie en el escenario fue tan vibrante, arrebatada, sensual. Su estilo sobrepasó los límites. Era un río caudaloso que cautivaba al público con sus interpretaciones. Fue tan lejos que conquistó a Sartre y de Beauvoir. Ambos la llamaron ‘un animal imparable’.

Por Jorman Sebastián Lugo

Diseño: @sergiovaldesm

En La Habana pudo ser cantante. Desde Santiago de Cuba salió para volverse maestra. Su padre no la quería como artista, pero lo aceptó después de escucharla en la radio. El compromiso fue claro: primero hacerse maestra y luego seguir al corazón. Ella cumplió. Era Lupe Victoria Yolí Raymond, o Guadalupe, como otros dicen que se llamaba.

Los primeros pasos los dio con los Tropicubas. Un trío conformado por su primer esposo y otra mujer que, a la larga, se convertiría en la amante de su amado. Al enterarse, La Lupe decidió lanzarse como solista, trabajando en diversos bares. En solitario la noche habanera le abrió las puertas de la fama. El cabaret La Red era un lugar diseñado para tener a los mejores músicos. Un lugar para ella. Desde allí su brillo se vio en toda la isla.

La primera vez que estuvo sobre el escenario su voz fue un río que inundó la noche. Su tono fue el de un huracán herido. Capturó al público con sus movimientos, golpeando al pianista en la espalda, lanzando zapatos; se deshizo de las joyas y la peluca. Desajustó el lugar. Enamoró al público con sus interpretaciones. En medio de su show la multitud le pedía que cantara La pared. La canción se llamaba No me quieras así, pero ella, solamente ella, caminaba hasta la pared más cercana, la miraba, abría su corazón desgarrado y le decía a ese amor «hay cariños que matan a cualquiera y yo no quiero a quien me quiera así».

La revolucionaria forma de interpretar los boleros y guarachas la llevó hasta oídos de Castro. Su vibrato, sugestión, hechizo, la alejaron de los aprecios del régimen. Cuando el disco Con el diablo en el cuerpo se impuso en las radioemisoras, hubo que decidir, la revolución del cuerpo femenino o la revolución castrista.

Antes de partir a México y posteriormente a Miami y Nueva York, La Lupe recibió comentarios en la revista Bohemia por su primer trabajo musical, donde trataron de definirla: «Nadie puede afirmar ni negar nada sobre La Lupe antes de escucharla, y aún después, hay que escucharla de nuevo». Además, por parte de RCA Víctor, la Yiyiyi, como también era conocida, obtuvo El Disco de Oro por su popularidad en la isla.

Cuando llegó a Nueva York no imaginaba que la ciudad se pondría a sus pies. Ni que ayudaría a relanzar la carrera de uno de los más prestigiosos músicos latinos. Tampoco, que una vez en la cima, un resbalón la hundiría en el olvido. Mongo Santamaría la encontró en un bar neoyorquino. Mientras la escuchaba cantar se le erizó la piel. Supo inmediatamente que esa mujer le daría un salto de calidad a su orquesta. A sus músicos la presentó como una corista más pero su rol fue protagónico.

En el único disco que grabaron juntos –Mongo introduces La Lupe–, logra inyectarle picardía al elegante estilo del percusionista. Las canciones tienen extensos momentos de latin jazz y cuando interviene, su fraseo, lleno de travesuras, desborda las expectativas de Mongo.

Después de que el Palladium cerró, Tito Puente pasaba por una mala racha. El ambiente de Nueva York se ponía cada vez más picante y su imagen de rey bajaba sin detenerse hasta que encontró a su reina. La voz de La Lupe lo volvió a catapultar a los mejores escenarios. Ese paso para ella significó la cima. Nunca estuvo tan alto, nunca una ciudad le pareció tan pequeña. Su imagen sobrepasó los rascacielos, su voz llegó a todos los rincones. Fue la reina de la canción latina, fue la reina del soul.

Los boleros jamás fueron tan dramáticos hasta que salió al mercado Qué te pedí. La canción se incluyó en el disco debut del binomio llamado La excitante Lupe canta con el maestro Tito Puente. Con su interpretación, que va desde el reclamo hasta la súplica, que siente cada línea y la sufre, se coronó como la reina de la canción latina.

Su primer álbum incluyó, además de boleros, mambos y guarachas, entre los que destaca la canción Yo no lloro más, nacida de la mano de Myrta Silva y explotada por la Yiyiyi. En una de las líneas de la canción se faja diciendo: «Por tu amor lloré bastante, lloré pa’ llenar un río… ¡de boba! Pero de hoy en adelante, de los amores me río». Como si no bastara el vendaval de La Lupe, Chivirico la acompaña en los coros.

Los éxitos llegaron uno tras otro. Fue la primera latina en presentarse en el Carnegie Hall al lado de Miguelito Valdés, La Sonora Matancera y La Orquesta Broadway, entre otros. Logró agotar boletería en el Madison Square Garden con su presentación. La fama la arropó y con ella los excesos. Por presentación cobraba 20.000 dólares y gastaba 15.000 en un abrigo.

Junto a Puente grabaría otras dos producciones antes de separarse. En solitario supo mantenerse como reina de Nueva York. Incluso, un grupo de santeros, la santificaron a nombre de Ocanto mi, coronada Ochun, hija de Eleguá. Luego empezó el estrepitoso descenso. Su esposo, el cantante Willie García, famoso por hacer parte del sexteto de Joe Cuba, comenzó a sufrir ataques de esquizofrenia; Fania impuso sus músicos por encima de otros sellos hasta lograr comprarlos. Ella, que siempre fue fiel al sello Tico, vio cómo se desmoronaba todo lo conseguido hasta ese momento.

Para que La Lupe no naufragara, Tite Curet, lanzándole un salvavidas, le escribió diez canciones que terminaron creando un disco titulado Un encuentro con La Lupe. A pesar de tener canciones como La mala de la película y El verdugo, la producción no tuvo el impacto que se esperaba. En parte, porque el movimiento salsa estaba en su cénit, y el sello disquero Fania mandaba en la radio. El sello de Masucci —quien nunca superó que no quisiera cambiarse de Tico finalizando los sesenta— compró los derechos de la discografía que la arropaba. La Lupe intentó sacar un nuevo disco junto a Puente, rememorando sus mejores épocas. Pero la música latina ya tenía otra reina y los imperios no resisten múltiples reinados al tiempo.

Antes de convertirse al cristianismo y fracturarse la espalda, dejó huellas sobre el escenario llenas de pasión surreal. En un concierto con la orquesta de Charlie Palmieri inicia la guajira con coros improvisados y tímidos por parte de Sabater y compañía hasta que La Lupe, con su fraseo característico, ataca la clave interrumpiendo los coros. En medio de su cantar, le pide a la orquesta que acelere el ritmo y abandona el escenario. Empiezan los solos de trompeta y saxo mientras las cámaras tratan de encontrarla en la tarima. El virtuosismo de los músicos de Charlie no es suficiente y Sabater se hace cargo. Con un coro repetitivo la nombra pero ella no aparece. Y se pregunta: «¿Dónde estará La Lupe? Charlie les va tocar, pero estamos en busca de esta negra». El soneo está a la altura de su nombre. Y como un huracán aparece con un nuevo vestido, interrumpiendo una vez más los coros, mientras que el público, al verla, estalla en aplausos.

Al final su corazón no resistió su intensidad y falleció de un paro cardiaco.

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