Oye, te hablo desde la prisión

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El tiempo que pase con su viejo ritmo, va el hombre cambiando y ya no es el mismo.

Lo único que me rompe el coco es saber que siendo yo el amansaguapos, tenga que pagar una condena de otro. Pero con todo y eso, aquí uno tiene que pararse duro, nada de llanto ni aflojar el cuero pues, cuando uno menos piensa, arracatán y tome pa’ que afine. Pero nada de nervios, mi doc, que aquí donde me ve yo sigo siendo bravo.

Desde el día en que el juez decidió que la cárcel sería mi nuevo hogar, las jevas no se asoman ni por sospecha. De los amigos me di cuenta de que no venían dizque porque la movida se ponía más caliente y entonces era mejor aguzarse y andar pasito porque no es lo mismo llamar al diablo que verlo que viene encendido por la acera. Pero la familia, eso sí que duele; la abuela vino un par de veces durante los primeros años pero de ahí pa’ acá como que nadie se atreve a llorar y dejan que pague en silencio.

Al principio traté de convencerlos a todos de que aquella noche yo no tuve velas en ese entierro; de que el del arma fue Manuel García: un tiro limpio en la sien —según dicen los reportes de la Fiscalía— y la mulata Concepción cayó sobre la acera, fría, sin pena ni gloria. En ese momento, cuando me topé con Manuel y me pidió que le guardara el arma, no parecía agitado y en sus ojos no se asomaba el más mínimo temor, como para haber siquiera sospechado. Entonces le hice el cruce. En últimas la jara siempre da con el arma del delito pero nunca con el verdadero responsable. Pero míreme a los ojos, mi doc.

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No vaya a creer que vuelvo a contarle esto en son de queja, si es que antes el encierro como que me ha hecho bien. Usted viera todas las letras que he escrito. Ni yo sabía que tenía vena artística. Si quiere, en estos días viene con más tiempito y se las leo. Ritmo y afinque, sí, señor. Oiga, doc, que si prefiere que le cante una. Es más, yo creo que en vez de andar buscando rebajas en la pena, más bien debería buscarme quien le meta melodía a esas canciones.

Es que es en serio, mi doc, haga la clave ahí con las manos y yo le canto pa’ que vea. Venga, pero si ya tiene que irse entonces prométame que la próxima vez sí las escucha y que me va a hacer ahí el catorce. No se preocupe que yo aquí ando zona y echo pa’lante sin causar pelea.
Vaya tranquilo, mi doc, y recuerde que el hombre bueno no teme a la oscuridad.

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