Vengo a traquear mis vinilos

Want create site? Find Free WordPress Themes and plugins.

Por Omar Felipe Becerra

La humanidad basa gran parte de su historia en dinámicas cíclicas. Parece que desde que nuestros abuelos griegos descubrieron el mundo moderno occidental, nosotros, descendientes perezosos, estamos «solo repitiéndolo», afirmó Zaratustra mientras citaba a los estoicos. La humanidad es un espiral que va de 33 a 45 revoluciones en un eterno retorno.

El curioso Edison, en 1878, atrapó las ondas en un fonógrafo con cilindros de cera, capturó las físicamente bellas y ondulantes frecuencias vibrantes. Como ha ocurrido con muchos grandes inventos, en un principio no le dieron una utilidad práctica y pasó casi inadvertido, hasta que a finales de la década de 1880 el uso lúdico revaloró su existencia. Don Victor Talking, con su Machine Company, encontró la manera de comercializar durante los primeros 30 años del siglo XX este entretenido juguete llamado fonógrafo.

Euterpe, la diosa de la música, fue atrapada con flauta, pero Victor & RCA la inmortalizaron en los vinilos. Gracias al Vitrolac las canciones fueron comprimidas en un tiempo máximo de 3:30 minutos, almacenamiento máximo en disco de 78 rpm, y los temas más largos debieron ser grabados a dos caras. Para el año 1930 la evolución de los surcos permitió otras velocidades, llegó a 33 rpm con 60 minutos para LP y 45 rpm para el sencillo.

Esta historia de fracasos gloriosos que se capoteó entre guerras y en medio de la gran depresión norteamericana, llegó a nuestra Cartagena de Indias el 28 de octubre de 1934, día en que Antonio Fuentes puso el letrero de su disquera en la torre del reloj. Fuentes venía de estudiar en Nueva York durante la década de los veinte, regresó cargado de vinilos que esparció con la complicidad de la brisa que se colaba entre las murallas. Los sonidos acompasados se le escapaban desde el piso alto del laboratorio farmacéutico de sus padres, donde fundo su emisora. No contento con esto, en el 1945 importó la tecnología de grabación fonográfica para agarrar en el Corralito de Piedra La vaca vieja de Lucho Bermúdez. Desde entonces no ha parado de tirar cañonazos bailables.

Los convulsionados años cincuenta fueron la década donde la música afrolatina, ya con un público cautivo en Estados Unidos, empezó a llegar a los surcos de los vinilos y a las agujas. Las agrupaciones conocidas por tocar en bares y por sus directos en las emisoras, empezaron a inmortalizar sus pregones para los acaudalados que tenían dinero para comprar un tocadiscos, mientras que el proletariado se conformaba con las vitrolas complacientes de los cantineros. El vinilo se encaramó en los navíos y se instaló en los puertos e islas caribeñas; desde allí penetró todo el continente.

En nuestro platanal del Sagrado Corazón, Barranquilla y Buenaventura sirvieron de entrada para que Santiago de Cali se convirtiera en la más caribeña de los Andes. Esta afirmación se sustenta en la memoria vinílica de la música afrolatina. Desde los años cincuenta, los melómanos y coleccionistas se dedicaron a atesorar pregones que sonaba en tiendas, cantinas y burdeles. En la Capital de la Salsa el porro, el pasillo y el bunde quedaron marginados ante en poder del son; si había música había bailadores que interpretaban con el cuerpo la clave del tumbao. A los caleños nos encantó la música frenética, por lo que aceleramos el boogaloo y el jala jala; nos volvimos en referentes y consumidores de ese intergénero llamado comercialmente salsa.

En los años setenta los casetes intentaron desbancar al vinilo: eran más durables, más portables y más baratos. Aunque carecían de magia, se revistieron de poder cuando, en 1980, la empresa Sony lanzó el revolucionario Walkman. El casete nos dio a desplatados y a tacaños la posibilidad de tener en casa una grabadora, con ella capturar de la radio las canciones o comprar en los mercados informales cintas copiadas del disco original. Yo sé que no era como tener el original, pero era la réplica que nos acercaba un poco a la sensación de tener el auténtico. Desde ese momento se creó una élite poseedora de la verdad otorgada la pasta original, y una clase inferior conformada por plebeyos que lográbamos animar bailes con nuestros casetes mal grabados.

Quítate tú pa’ ponerme yo: a ritmo de disco compacto<

Alrededor de 1990 llega el maravilloso compact disc, callándole la boca a todos con su maravilloso sonido. Permitía poner las pistas con rapidez, era pequeño y brillante —como una joya—, hasta los más recalcitrantes ortodoxos del vinilo empezaron a llenar sus anaqueles de CD. Llegaron las nuevas versiones de clásicos, remasterizadas, y la orquesta incluso prefería difundir sus temas en el nuevo y maravilloso formato. Los vinilos estaban heridos de muerte, agonizando en la UCI, en una cama conjunta con las salas de cine y las cámaras de rollo. Ya para aquellos años nosotros, los zarrapastrosos arrancados del ritmo, seguíamos pobres y no lográbamos comprar los CD. Por eso seguíamos aferrados a los casetes, ahora grabados de discos compactos. «¡Qué elegancia de sonido!», pensaba.

Vengo a traquear mis vinilos

Las grandes colecciones en vinilo fueron quedando olvidadas, hasta los más tradicionales griles le pegaban al compact disc. Los patriarcas coleccionistas fueron muriendo y sus anaqueles quedaron a merced de viudas e hijos que no le daban un gran valor, muchas pastas terminaron malvendidas en la librería Atenas o en los andenes del centro de Cali. Allí llegamos, como carroñeros, a husmear y a comprar vinilos a dos mil y tres mil pesos. Encontramos vinilos incunables, no importaba que tuvieran el sello de una emisora como Farallones Estéreo o la firma de sus antiguos propietarios, por fin podía tener en mis manos ansiados clásicos en pasta americana. ¡Ahora sí, que se vengan las fiestas! Ya tengo mi tornamesa calibrado, y en esta resurrección de la salsa de verdad, el más vintage de los vintages con su crispeteo romántico ha regresado con su eterno girar de los surcos y devenires del tumbao.

Did you find apk for android? You can find new Free Android Games and apps.

Comenta

comentarios