Andy y Manny
Por Marcela Joya
Lo primero que hizo Andy González cuando Richie Briñez y yo llegamos a su apartamento aquella tarde de otoño de 2014, fue enseñarnos los cuadros que tenía colgados en las paredes. Eran reconocimientos y afiches de conciertos con el nombre o la cara de Manny Oquendo. Andy los señalaba orgulloso desde su silla de ruedas. Sonreía. Tenía 64 años y lucía un poco débil, padecía una enfermedad de los riñones y había perdido un pie a causa de una diabetes severa, pero seguía tocando el bajo, dando clases y contando sus historias.
Queríamos que nos hablara de su vida, pero Andy prefirió empezar por la de Oquendo, al que presentaba siempre como el mejor de todos los timbaleros. Lo había conocido por medio de su amigo en común el historiador y productor musical, René López, cuando él apenas rondaba los veinte años mientras que Manny casi los cuarenta. Manny coleccionaba discos y sabía muchísimo de música cubana. Andy empezaba a coleccionar música y a interesarse en sus historias. Así empezaron a intercambiar grabaciones, pero sobre todo a pasar muchas horas juntos escuchándolas. Primero en casa de René. Después en el sótano de la casa de los padres de Andy. Una audición musical significaba escuchar con total entrega, sin palabras ni ruidos ni comida de por medio. René López solía decirles que si no se sentían un poco agitados y mentalmente exhaustos después de escuchar un disco entero, era porque no lo habían escuchado en serio. Andy y Manny escuchaban todo muy en serio, a veces tan tiesos que los pies se les entumecían.
Años después, en el verano de 1974 y como consecuencia de su mutua renuncia al grupo de Eddie Palmieri, Andy y Manny fundarían el Conjunto Libre. Una orquesta salsera a la que ninguno de los dos —opositores del término salsa— definirían como salsera, que además de tener el desparpajo y la agresividad típica de las mejores orquestas bailables neoyorquinas, presentaba versiones arriesgadas, mezclaba géneros con sutileza, sonaba afinada y afincada y sus trombones no eran dos máquinas de producir berridos, como sí lo eran los de tantas otras. Manny era el líder y director de la orquesta y Andy su director musical. Pero lo que eso significaba en la práctica era que Manny tomaba las decisiones y Andy se las comunicaba a los demás. Claro que Andy también estaba a la cabeza de las decisiones y creaciones musicales, pero en el escenario —como en la vida— era más bien Manny quien marcaba las pautas, quien a veces inventaba los coros. ¿Y cómo se enteraban los demás músicos del coro que iban a improvisar? Pues porque Manny se lo tarareaba a Andy y Andy lo repetía en voz alta para todos. ¿Y cómo se enteraba algún músico de que ese sería su último día con el grupo? Pues porque Manny le pedía a Andy que lo botara. O al revés: que contratara a otro. Y así con todo.
Tal vez por eso —y tanto más— he escuchado pocos comentarios buenos sobre la personalidad de Manny Oquendo. Andy, en cambio, sólo tenía elogios para él. De Manny había aprendido lo que él llamaba el arte de la contención: a decir más con menos, a decirlo lento. Con Manny compartían, entre tantas otras peculiaridades, el gusto excesivo por las comidas fritas y la aberración por las arañas; el mismo cumpleaños —del primero de enero— y el amor gigantesco por la música de Brasil. Ambos llegarían al final de sus vidas hablando poco y con un solo riñón. Se adoraban. Y la complicidad que existía entre ellos suena evidente en la música de Libre. De ahí también, el éxito del grupo. Por varias semanas, después de la muerte de Manny Oquendo, el 25 de marzo del 2009, Andy no tocó el bajo ni escuchó música.
Aquella tarde en su apartamento en el Bronx, Andy nos puso un DVD que hacía varios años le había grabado su amigo Orlando Godoy en un concierto. Y ahí estaba él con el Conjunto Libre, tan guapo, tan jovial en el bajo, con los ojos explotados y la mirada luminosa de terror que a todos los que lo seguíamos nos seducía con locura. Richie y yo lo mirábamos en el video a él tocando. Andy, en cambio, con las manos juntas y tiesas y los ojos aguados, estaba perdidamente concentrado en Manny Oquendo. Por un momento no supe qué me impactaba más: si lo que veía en la pantalla del televisor o el rostro de Andy mirando la pantalla o la cara de Richie mirando a Andy mirando la pantalla. Esas miradas que no se olvidan.
Y aquí en esta foto él, mirando en la pantalla a Manny Oquendo.