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India, una voz, varias voces

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Por Alejandra Torrijos Martín

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Cuando la arrullaban no se dormía, cantaba. Tuvo arrullos de privilegio que provenían de la voz de cantante góspel de su abuela, Justa Guadalupe, vieja de oído entrenado que la sostenía en brazos en una silla mecedora, le sacaba melodías como primeras palabras y le sentenciaba un destino de cantante; vieja de ojo aguzado que le dio el nombre, el verdadero, no Linda Bell Viera Caballero, no, la llamó India, India taína, India ojos grandes de mirada intensa, India voz guerrera. India.

Nació en Río Piedras, Puerto Rico, pero por la migración se hizo nuyorican. Su familia fue una de las que migraron a los Estados Unidos en la década del setenta y se estableció en La Candela, barrio al sur del Bronx, Nueva York, donde convivieron entre el inglés, el español, varios sonidos y diversos migrantes.

La primera vez que la India se subió a un escenario fue para modelar. Su madre, Gloria Viera, pensaba que los rasgos, el cabello largo y negro, el carácter altivo, la piel morena y los ojos oscuros y amplios de su hija eran más llamativos que la voz que, cautiva, esperaba con ansias salir a rugir.

El anhelo de la abuela, que parecía perdido, encontró la complicidad en Brenda Rodríguez, prima de India y mujer pertinaz que la llevó a audicionar en la banda de unos amigos que hacían freestyle. Eran los TKA, con quienes grabó Come get my love (1986) y constató su inicio en la música.

Por ese tiempo Louie Vega, amigo de escuela de India, se había convertido en un reconocido DJ de freestyle y en su esposo, y puso a la potente voz en el house con Breaking night (1990), álbum con el que India, piel color tabaco, conoce otra sentencia: ser la Madonna latina, lo que le imponía traducir el pop gringo a lo latino y ser una blanca negra. La sentencia la concluyó India, a su manera, con una risa que parte de la gracia y termina en dictamen: «yo no soy la Madonna latina. No quiero ser blanca, yo soy negra».

Al afirmar su color, India se abrió paso en un género de músicos en vivo con raíces afro: la salsa. Su esposo era sobrino de uno de los soneros de Ponce, el Cantante de los Cantantes, Héctor Lavoe. Él le decía ‘la Nena’ y pensaba que era dueña de una voz desperdiciada en el freestyle, con lo que viene otra sentencia de parte del Cantante: «tu voz es para la salsa». A inicios de los noventa, India tuvo contacto con grandes músicos, en su mayoría hombres quienes la insertaron en un género de nuevos sonidos y otras velocidades.

Por un tabaco, en el ensayo de Ran kan kan al que Tito Puente la había invitado para que repitiera eso de «Rana, sagüero y rumba, araña pa’ lubri… car», conoció al pianista Eddie Palmieri. La conversación inició por el asombro del compositor al ver a una mujer joven fumando y terminó en una rumba.

Así, India, alta, cejas pobladas, tabaco en mano, vía Eddie Palmieri, tocó su primera rumba. Con la ‘erre’ confundida, que salía más de la fuerza de la garganta que del vibrar de la lengua y el paladar, cantó después de un lelolai:

Rrrrrrrumba, cantando mi primera rrrumba
con esta orquesta que le zuuuumba
y que me brindo yooo a usted.

La versatilidad de su voz y el apoyo de la casa discográfica RMM Records, sello de varios talentos del género, hicieron grandiosa la entrada de India a la salsa y pudo conocer a una mujer y de ella la más grande aprobación de su carrera profesional. La negra grande, la Reina de la Salsa, Celia Cruz, la nombró la Princesa de la Salsa y la designó como su sucesora.

India, digna, ratifica esa coronación una noche en Miami, en compañía de Marc Anthony durante un concierto en el que el productor Sergio George hizo combinaciones perfectas. Esa noche, segura de sí, con su sola presencia le hizo dignidad a las pocas palabras con las que fue presentada por Paco Navarro, quien en cambio no escatimó en adjetivos para el cantante puertorriqueño.

El flaco, después de unas trompetas hoy inmortales, soltó la conocida estrofa:

En un llano tan inmenso
tan inmenso como el cielo […]

Ella, tabaco en mano, con una voz rasgada, fuerte, impenetrable, que terminaba en un susurro, en un secreto, respondía:

En un universo negro
como el ébano más puro […]

En medio de pasos de baile cortos, abrió sus brazos mientras el flaco decía lo de «la paloma libre como el viento»; luego, dio una mirada lenta a su compañero de escenario y, junto con una nota de trompeta, asintió con la cabeza para ella misma —como si supiera que lo que seguía iba a ser definitivo, tanto, como para a hacer que esa versión de Vivir lo nuestro le hiciera olvidar a la audiencia la autoría del panameño Basilio—. Lo siguiente fue potenciar la voz del flaco, sacudir al público, mandar un corrientazo con el tono más alto de su voz, rugir:

Y vivir, vivir lo nuestro
y amarnos hasta quedar sin aliento […].

En esa noche, en un espacio colmado por hombres, India no dejó duda de su título de princesa ni de su carácter y cerró con un soneo certero:

Aunque la gente me critique,
mi voz sí es muy sonora,
yo sigo mi tumbao con mi cigarro,
yo soy la India, la gran señora.

Segura de lo que había logrado, demostró que su voz, rica en colores, podía pasear por varios escenarios. Su álbum en español Dicen que soy (1995) ocupó el primer lugar en Billboard como álbum tropical; su voz fue instrumento en Masters at Work, proyecto de música house de su esposo; habitó el latin jazz con Tito Puente; le compuso a Celia La voz de la experiencia y volvió a la salsa con Sola (1999), un álbum homenaje a otro de sus referentes, La Lupe, con el que empieza a dejar huellas de su vida personal.

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Cierta fatiga vino después de tanto brillo. Hilos de la vida de India se empezaron a desajustar. Su separación con Louie Vega fue un inicio; después dejó de hablar con sus padres. Con la madre, dijo vacilante en una entrevista con Jaime Bayly, fue por la fama que «vino tan fuerte, que la negrita no tenía control de su hija» y del padre, afirmó jocosa: «tomó prestado un dinero y no lo devolvió». Además, su otra familia, RMM Records, fue vendida por Ralph Mercado a Universal Music Group y ella pasó a producir con Sony.

Su producción musical pasó de dos años entre cada disco a cuatro, y sus asuntos privados se impusieron sobre su voz o, tal vez, se combinaron con esta; parecía un guión unificado entre lo que decían los programas de farándula sobre ella y sus canciones. Ella protagonizó historias de amor fallido o prohibido, de deseo y sensualidad, de rebeldía en la prensa amarilla y en sus canciones.

En los primeros años de 2000, la voz de India se debilita en entrevistas para personificar a una mujer ingenua y jocosa que se defiende de preguntas punzantes que hurgan en sus sentimientos. Saluda a los entrevistadores de ‘mi amor’, tiene risa fácil, ahogada; se balancea cuando habla. Si le preguntan por su vida amorosa, responde con fantasías de Ricky Martín o con evasivas de que no ha encontrado el amor por su fama; ella quiere que la amen porque es «Linda Bell Caballero, la ser humana, no por ser India». Si la pregunta es con respecto a las drogas dice que tiene «licencia médica para fumar cannabis». Con digresiones valida el desubicado comentario de Marc Anthony en el que la llama «tipa rara».

En los últimos tiempos ha retomado su pasado. De Louie Vega habla con amor y agradecimiento, afirma que es su amor eterno y que por eso aceptó hacer el papel de Priscila, su exsuegra, en la película The Singer: The untold story of Héctor Lavoe. Al tiempo que su vida pasa en los medios, sus canciones la narran. Después de diez años de no tener contacto con su madre, Univisión organiza un reencuentro, India no lo sabía y, ante la sorpresa, no lloró —«Soy muy orgullosa y había muchas cámaras»— y plasmó ese perdón en Madre e hija (2006), canción que canta junto con su madre:

Ese tiempo que pasamos tan distantes
no lo quiero recordar,
los momentos más amargos que vivimos
nuestro amor siempre los pudo superar.

India se expone en un video grabado en vivo en Facebook en el que habla de Juan Gabriel. Su último trabajo, Intensamente (2015), es un homenaje al cantante mexicano, que incluye una versión en la que cantan Me voy a acostumbrar y que tuvo más visibilidad por el fallecimiento del Divo de Juárez. Con una voz cortada, dice que él la ayudó cuando pensaba que no iba a aparecer más. Que ella se hizo sola, que a sus 19 le dijeron «vete» y se fue de su casa; allí no habla de diez años de separación de su madre, sino de 16. Y que a los músicos que ayudó en el pasado, hoy se suben a una tarima a hablar mal de ella, a decirle «tipa rara».

India se desahoga, se desgarra, un poco ella, un poco su personaje. Reclama lo que se merece. Tipa rara. Sucesora de Celia. Princesa de la Salsa. Voz desperdiciada. Madonna latina. Taína. India.

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