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Me dicen Cuba, Joe Cuba

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Por Joe Quesada

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«Salí a buscar un sueño viejo, dejé volar mis pensamientos. Oh, ¿qué pasó? Ah, ya verás». Sí, vine a La Habana a buscar el alma de Los Van Van, a hacer la inmersión musical de mi vida. Se lo prometí a mi madre, que en paz descanse, al gran Ramón Valle, al maestro Alexander Abreu y a los Orishas: «a su isla iré a vivir el cuban jazz, el son en cada esquina, a vivir mi película, mi Habana Blues» dije en aquel momento cuando miré por vigésimo séptima vez esa gran obra de Benito Zambrano. Y cumplí. A Cuba llegué, pero me encontré con mucho más.

Seguí los pasos de Hemingway para entender su demencial romance con la isla, pedí su daiquirí en el Floridita y su mojito en la Bodeguita. Yo vine por Los Van Van. Para el viejo Ernest fue ‘Bam Bam’ pues se voló la cabeza y la mía ya había explotado con El Viejo y El Mar y en Millo’s, el bar de salsa que montó mi padre en Villavicencio a finales de los noventa, donde escuché las primeras notas de la timba y el son. Para Compay Segundo fue ‘Chan Chan’, y mi cabeza explotó de nuevo cuando dijo que la salsa no es son. Dejé mi juramento en la pared de la Bodeguita y en el libro de memorias del Museo de la Revolución; un pequeño pensamiento que espero alguien se tope.

«Hasta la victoria siempre», para mí un buen consejo del Che, y un tanto en desacuerdo con Fidel, pues vi que en la isla no todo está bien. Me embriagué con las melodías de los virtuosos de La Zorra y el Cuervo y del Jazz Café. Un sueño cumplí en el malecón. Yinsel, gran exponente del bolero, tiene aché y me acompañó cantando El Ratón. A la banda Tradición Cubana le toqué los timbales y la campana en la Fábrica de la Cerveza. Mal, pero lo hice.

Continuaba mi viaje musical. Ya estaba entendiendo mi esencia, mi piel y mi alma. La Habana me regaló una serenata de trova al frente de la Embajada Americana, la misma que Fidel quiso ocultar de la vista de su pueblo con un parque de banderas en su entrada, pero entendí que la canción que entonaba el trovador era una respuesta con melodía a los cañonazos de Trump.

Me deleité con su gastronomía: arroz con frijoles, cerdo decorado con lechuga fresca, servido con la alegría de los ojos bellos de la mesera más joven y tierna de la ciudad. La búsqueda del corazón del son de los Van Van y de todos los músicos de la isla continuaba. Estaba entendiendo sus composiciones con cada paso. Sentí la brisa del Hotel Nacional y de Vedado, esas caritas de pasaporte, entendí el enamoramiento de Abreu con esa bailarina de la Casa de la Música. Estar ahí es mágico pero colarse en un ensayo mucho más. Comprendí a Cuba al visitar los museos; de los paseos en máquina y en guagua, pasando por las ganas de libertad de un joven de 17 enrumbado en el malecón y de la sabiduría revolucionaria de una abuela de 87 años.

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Y llegué a mi Habana Blues: un restaurante en el corazón de Vedado inspirado en mi película y banda sonora hispana favoritas. Cada pared una canción y una oda al jazz, al blues y al son. Ya estaba en mi salsa, en el rock fusión de Atanahí Castro, en las letras de Descemer Bueno y en la revolución de la Habana Blues Band. Ya estaba en mi película.

En Varadero vi el paraíso desde un césped cubierto de palmeras, mi cambuche, mi castillo. Caminé La Habana Vieja y me detuvo en el tiempo: una oportunidad para reinventarme. De cada casa sale una canción y desde el mirador la buena vista.

El video de Es Tu Mirada, canción de Leoní Torres, Kelvis Ochoa y Abreu, se grabó en Sloppy Joe’s, un bar con mi nombre. Supe que La Habana estuvo llamándome desde siempre y allí llegué, pensando en ella, en esa mirada de mujer divina.

Recorrí cada teatro y bar con la esperanza de encontrar un cartel que anunciara a uno de los grandes artistas afrocubanos, siempre con la ilusión de un letrero que dijera: «Hoy están Los Van Van en La Habana». Paradójicamente fue difícil, pero pude encontrarlos. Qué sorpresa, Van Van esta noche en Don Cangrejo. ¡Bam! No lo podía creer; vivía mi luna de miel perfecta en La Habana pues con Cuba me casé. Mi experiencia fue mucho más de lo que esperaba: el final perfecto de mi melodiosa búsqueda. Logré el mes del jazz y a Van Van en la misma tarima que se llama Habana.

Te juro, Habana, que una y mil veces volveré. Encontré lo que esperaba, entre la timba y el son, el cuban jazz y el guaguancó; entre las caderas repletas de sabor y cadencia de las cubanas. ¡Hay que bailar con una cubana en La Habana! Más que bailar fue admirar. Entendí a Compay Segundo y su Chan Chan: el son es el alma que solo se siente en la isla.

Por esa alegría, por su música, su arte, su alma y su gente: asere, Cuba.

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