,

Retazos bailables

Want create site? Find Free WordPress Themes and plugins.

Por Carolina Rodríguez Mayo

Diseño: @cristograph

«Así no es, Manuel», dije frustrado con su falta de ritmo. «Va muy rápido, cuando bailo con Salomé ella no me anda regañando», resopló antes de bajarle a la música. «Porque cuando ustedes bailan, usté es el que lidera, adivine quién lidera aquí», respondí y le volví a subir al equipo de sonido. Lo tomé por la espalda baja, cambié a un son más tranquilo, algo que me permitiera poner mi cara cerca a la suya. «Quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval, quiero tu voz negra canela escuchar», le susurré. «No se ponga así, Santiago, mi mamá está en la casa», trató de advertirme Manuel al tiempo que pegaba su nariz a la mía. Pude sentir que su respiración se aceleraba. «No me bese, no quiero que me bese esta vez», imploró con la boca cerquita cerquita a la mía. Manuel me había empujado a una esquina de su cuarto, me había empujado con tanta fuerza que boté el control del equipo, lo pisé y empezó a sonar otra cosa. Solo se escuchaba un trombón: pom pompom pompom porom. «¿Qué canción es esa?», le pregunté, pero él no me contestó, estaba arrodillado, ocupado, iba al ritmo del trombón y el cencerro. Me relajé, cerré los ojos, la canción rodaba: «lluvia, nieve, lluvia con nieve».

¿Cuántas llamadas le he hecho?, pensó buscando las llamadas realizadas, pero la pantalla se veía a veces borrosa, a veces doble. Era fácil oprimir uno y llamar, pero todo lo demás no, sobre todo con el nivel de borrachera que cargaba Felipe. Poco le importó que su estado lo estuviera llevando al desmayo, confiaba en que sus amigos —los que estaban sudando el ron en la pista— le iban a ayudar, lo llevarían a su casa sano y salvo. «Bueno…», admitió para sí mismo, «al menos salvo».

A Fruko el bravo le dicen lo dejaron tirao
como efecto de los golpes camina cachondeao
Antes roncaba de guapo pero ahora mismo está
recogiendo galletazos por todita la ciudad y camina de lao
Como que te cachondea, vagabundo, como que te cachondea

Felipe sentía el azote de los cueros cerca, casi como si estuvieran usando su cabeza de bongó, pero hizo caso omiso a ese sonido que rebotaba entre sus sienes. Sin darse cuenta cómo, llegó al centro de la pista de La Negra moviendo los hombros al ritmo del güiro. Tomó a una desconocida de la cintura e intentó bailar con ella; estaba demasiado mareado como para hacer un buen trabajo. Ella lo insultó con algún eufemismo que él no alcanzó a escuchar.

Terminó en su círculo de amigos repitiendo una y otra vez… «lo dejaron tirao».

También podría interesarte: Changó o la fiesta de las Barbies

Mucha gente acude a la balada o la ranchera cuando están sufriendo un mal de amores. Yo no. Yo soy de los que pone un son cubano, salsa brava o merecumbé. Si La Sonora Matancera está rodando alguna pena ha caído sobre mi casa. Para mí la tristeza se baila. Recuerdo que de niño mi mamá me decía al verme llorar: «comiendo mierda y eructando pollo». Era su forma jocosa de advertirme que la tristeza es algo privado, que el llanto se reserva para la casa, para la madre, para un par de amigos; a los demás el baile.

«Pensaba que me querías y tú nunca fuiste buena, las cosas que decías sabiendo que me engañabas, las cosas que me decías sabiendo que me engañabas». Dudo poder encontrar en otro género tan sentido dolor, tan sentido entendimiento de la maldad. Cuando salí con María José por última vez la saqué a bailar Mala Mujer. Ese día la traté como a una reina, aún a sabiendas de su engaño. Ella planeaba mudarse fuera del país, pero fue incapaz de decirme. Lo planeó todo sin avisarme; llevábamos nueve meses de novios pero ella no consideró importante comentarme sus planes. Le acaricié el pelo, la sostuve entre mis brazos, le canté algunas líneas… «Con el amor no se juega, el querer es la verdad», pero no le lloré, eso sí que no. De despedida bailamos, bailamos toda la noche como si fuéramos eternos. Al otro día le dejé un mensaje diciéndole que conocía sus planes y que las despedidas no eran mi fuerte, que dejáramos así, que para qué vernos más. Llevo un mes al son del llanto: «mátala, mátala, no tiene corazón, mala mujer».

Eliana no sabía cómo abordar el tema. Habló con su mamá, habló con su esposo, les contó a un par de vecinas; sin embargo, no encontraba las palabras ni el momento adecuado para hablar con Samuel, su hijo de veintiocho años que seguía viviendo con ella. Eliana no tenía ningún problema con su hijo, lo que la perturbaba era la falta de interés de Samuelcito por encontrar trabajo, por mostrar alguna iniciativa con las tareas domésticas. «Que por lo menos que arregle su cuarto» refunfuñaba Eliana, pero su cuarto era un chiquero y su único quehacer durante el día era escribirse con sus amiguitos esos, Dios vaya a saber de qué, para después salir en la noche y regresar en la madrugada. Eliana, desesperada, no entendía por qué Samuel no se hacía cargo de sí mismo.

Una amiga suya le dijo: «Te tengo la fórmula del desalojo: no le laves ni un solo plato, cocina apenas lo necesario, no lo dejes repetir. Levántalo todos los días bien tempranito, tipo cinco y media con la mismita canción, pero todos los días pa’que se aburra». Eliana siguió el consejo, le advirtió a su esposo del plan en curso y escogió a Celia como aliada… «Ese hombre que tú tienes no está en nada (…) no tiene buenos modales y no es atento contigo, ese hombre no se merece que le des tanto cariño». Eliana cantaba a todo pulmón. Fue cuestión de dos meses para que Samuelito buscara un trabajo en telemercadeo y se fuera a vivir con un viejo amigo. Eliana siguió poniendo a Celia a todo volúmen, ahora como abanderada de sus celebraciones.

Did you find apk for android? You can find new Free Android Games and apps.

Comenta

comentarios